Es evidente que la economía española presenta claros indicadores de que funciona bien, sobre todo en comparación con el contexto de la Unión Europea. Tres son, principalmente, las magnitudes que reflejan esta bonanza: el crecimiento del PIB, el empleo y, ligada a ésta, la afiliación a la Seguridad Social. Todo ello permite que el gobierno de Sánchez saque pecho con justificación, y también que el PP renuncie en gran parte al debate económico por miedo a que le mencionen un escenario tan favorable. Pero la realidad es mucho más compleja y menos positiva. Tanto es así que hay que señalar 10 factores que enturbian este escenario de una manera notable y generan nubes bastante oscuras de cara al futuro:
- La inversión crece muy poco, a pesar del impulso que deberían significar el dinero proveniente de los fondos europeos. En comparación con 2019, sólo ha aumentado cuatro décimas.
- La población ha crecido considerablemente gracias a la inmigración, con 1,29 millones de personas más respecto al período precovid. De hecho, el 25% de los extranjeros que viven en España han llegado en los últimos dos años. Pese a esta inyección extraordinaria de personas, el consumo privado sólo ha crecido un punto en relación con el 2019. Si lo miramos desde la perspectiva del consumo per cápita, el balance es aún más escaso.
- La renta per cápita aún no ha recuperado del todo el nivel anterior a la pandemia. Hay crecimiento, pero también mucha más población, lo que implica que el reparto per cápita es menor de lo que el incremento del PIB podría hacer pensar. A esto se suma la pérdida de poder adquisitivo debido a la inflación elevada, reflejando el escenario actual del consumo.
- Este escenario explica por qué los ciudadanos no perciben el crecimiento global de la economía en sus bolsillos.
- El crecimiento que estamos experimentando está impulsado por dos factores: el consumo público —y, por tanto, el gasto de las administraciones— y las exportaciones , incluido el turismo, que es el factor clave en la mejora de estas últimas. La combinación de gasto público y turismo no garantiza un futuro económico sólido; de hecho, es una fórmula que genera preocupación, puesto que el consumo privado y la inversión han perdido peso en el conjunto del PIB.
- La debilidad de la inversión anticipa un futuro complicado, ya que es necesaria para mantener el crecimiento, especialmente en el sector industrial, y para no quedarse atrás en la revolución digital y verde.
- Sin embargo, la inversión en bienes de equipo todavía no arranca, mientras que en otros países europeos, con un crecimiento del PIB más moderado, sí está en aumento.
- Un problema creciente que ya es radiactivo desde un punto de vista social y económico es la vivienda. El mercado inmobiliario no evoluciona como debería, y el gobierno, a pesar de multiplicar promesas, presenta un balance pobre en términos de resultados.
- Nuestro problema eterno, la baja productividad, se mantiene. Aunque cierta mejora en los datos más recientes, todavía muestra signos de debilidad.
- El crecimiento del endeudamiento público es especialmente preocupante, llegando de nuevo al 105% del PIB, aunque la recaudación fiscal está en máximos históricos. Esto indica que existe una inercia de gasto difícil de controlar. El problema se multiplicará en pocos años si no se aborda el control del gasto, ya que los fondos europeos se agotarán y la actual bonanza fiscal no podrá mantenerse.
A todos estos factores se añade que no se observan los grupos verdes de transformación económica que deberían haber sido impulsados por los fondos Next Generation. Por tanto, es lógico concluir que entraremos en la segunda mitad de esta década con más preguntas que respuestas.