El periodista estadounidense Matthew Karnitschnig presenta la situación económica alemana como la cabalgata de los cuatro jinetes del Apocalipsis: el descalabro de la gran industria, los efectos del declive demográfico que pese a durar décadas, empiezan a sentirse ahora intensamente, unas infraestructuras decrépitas y una gran sequía en innovación.
Durante la última década, Alemania vivió un período dorado después de resurgir con fuerza de la gran crisis financiera y del euro como la única locomotora europea. Berlín era el modelo de cómo hacer las cosas para el resto de países europeos en materia económica y financiera.
Los primeros nubarrones llegaron durante la crisis de los refugiados de Siria y Afganistán, entre 2015 y 2016, período que coincidió con el enfriamiento de las relaciones con la Rusia de Vladímir Putin tras la revolución proeuropea de 2014 en Ucrania y la consiguiente ocupación rusa de Crimea y el Donbás.
Ya entonces, la economía alemana había iniciado un proceso destructor en la sombra, lento pero inexorable, que durante años se obvió tanto dentro del país como en el extranjero. El mito de la locomotora alemana era muy poderoso.
Este año, en una reciente encuesta de la televisión pública del país, los alemanes han designado la inmigración y la economía como los dos principales problemas nacionales.
Los últimos resultados económicos no son alentadores: Alemania es ya la economía más floja del G7, avanzada por el tradicional furgón de cola italiano.
Su industria, carente de innovación, paga ahora el precio de sobreexponerse al mercado chino y al gas natural ruso. Las que fueron grandes fortalezas hace 10 años son ahora debilidades clave.
El gigante automovilístico Volkswagen considera por primera vez en la historia cerrar centros de producción en Alemania, mientras los ingresos de los otros dos buques insignia del sector, Mercedes-Benz y BMW, prevén un gran descenso este 2024.
El gigante estadounidense de la microelectrónica Intel, sumido él mismo en una grave crisis, termina además de anunciar la congelación de un plan de inversión de 30.000 millones de euros en Alemania.
La situación de la industria del acero, de la que Alemania es el hub europeo, es igualmente preocupante: el campeón nacional ThyssenKrupp ha perdido en un año el 60% de su valor en bolsa.
Otro de los grandes temores que se ciernen sobre Alemania es que aumente el paro. Este indicador se ha mantenido históricamente bajo, pero se observa un alza progresiva desde 2019 (dejando a un lado las distorsiones causadas por la pandemia en 2020-2021) que ahora se podría disparar si se produce una mayor crisis en el sector industrial.
Esta crisis llegaría en un momento político particularmente delicado. El gobierno del tripartito «semáforo» del socialdemócrata Olaf Scholz se encuentra sumido en una grave crisis interna y falta de rumbo.
El propio Scholz ha batido un récord como el canciller federal peor valorado por los alemanes: solo un 18% aprueba su trabajo al frente del país. Para hacerse una idea, la peor nota de su predecesora Angela Merkel fue un 40%.
Elección tras elección, el electorado está infligiendo nuevas humillaciones para Scholz, y sus aliados ecologistas y liberales. Cada vez son más las voces que auguran que su gobierno caerá antes de que la actual legislatura acabe el próximo año.
Este año, en una reciente encuesta de la televisión pública del país, los alemanes han designado la inmigración y la economía como los dos principales problemas nacionales Share on X