En el agrio debate de ayer en el Congreso de los Diputados, Sánchez presentó la situación de la economía española como una de las mejores del mundo y la alineó con los resultados deportivos logrados para constatar que estamos en uno de los mejores momentos de la nuestra historia.
Pero, detrás de este discurso ¿qué hay en realidad? Pues los hechos acompañan mucho menos a las palabras, y todo viene de un punto crucial: utilizar sólo el crecimiento del PIB para medir que la economía va bien. Mirándolo desde este único punto de vista es evidente que la economía española es de las que ha crecido y crece más. Pero, por supuesto, esta visión es demasiado simple y no dice nada de cómo este crecimiento realmente se está produciendo y qué beneficios genera.
Por poner un ejemplo extremo, con la metodología de cálculo del PIB de un país europeo, se contabilizaría la prostitución, por tanto, un país que estuviera repleto de prostitutas, de un año a otro vería crecer su PIB, pero nadie diría que esto es una mejora.
En el caso español es público y notorio que el aumento de esta magnitud se debe básicamente al aumento de la inmigración, que junto con la creación de puestos de trabajo, da lugar a este crecimiento. Pero el problema es que a la hora de repartir lo que producimos cada año entre la población que somos, cada vez más, resulta que el trozo de tarta que nos toca es pequeño, crece mucho menos que la dimensión total de la tarta porque hay mucha más gente a repartir, y lo que es peor, comparado con nuestros vecinos vamos retrocediendo.
La realidad de la economía española debe tener en cuenta también estos factores:
- Sigue siendo uno de los países con mayor paro, del 11,8%, y una economía muy ligada al consumo, a los servicios y al turismo cuya producción industrial está marcada por el signo negativo en 2023.
- Nuestro endeudamiento público sigue siendo alto pese a que la inflación y el crecimiento del PIB han disparado los ingresos. Era una buena ocasión para reducirlo de forma sustancial; no se ha hecho.
- Nuestro PIB per cápita, que es lo que realmente nos dice cómo vamos, nos sitúa en el puesto 38 en el mundo y, además, la tendencia hace tiempo que es descendente. En relación con el PIB total ocupamos el puesto 15. Este decalaje nos da una idea de la poca relación que existe entre ver crecer esta magnitud y sus efectos sobre nuestros bolsillos.
- Y si del PIB per cápita pasamos a la renta per cápita, resulta que nos situamos un 20% por debajo de la media de la UE a pesar de que este valor se redujo cuando se incorporaron los países del Este.
- Todo esto es consecuencia de la baja productividad, que es decreciente desde hace al menos diez años. En 1995, la productividad por hora trabajada era un 12% superior a la media de la UE. Hoy está un 8% por debajo. Y en ese lapso de tiempo no se puede decir que los salarios hayan crecido de una manera satisfactoria.
- Redondeémoslo con un último dato: en el índice de competitividad mundial, España ocupa el puesto 40 entre 67 países. Es decir, muy por debajo de la media.