Las tres últimas encuestas hechas públicas, respectivamente, los días 24, 25 y 26 de junio, dan una fotografía bastante exacta de cuál puede ser el resultado electoral. Si bien, sobre todo en relación a los porcentajes de voto, es más difícil deducir de ahí cuál será el resultado final después de la segunda vuelta. Como es sabido, Francia tiene un sistema electoral muy específico que fue en el mismo paquete que definía la Quinta República, fundada por el general De Gaulle.
Se trata de un sistema mayoritario por circunscripciones uninominales donde los electores de cada una eligen a su diputado, como ocurre con los sistemas mayoritarios del Reino Unido y de EEUU, pero con la diferencia de que, si ninguno de los candidatos supera el 50% de los votos, se dará una segunda vuelta a la que acceden el primero y el segundo clasificado, y en determinadas condiciones, el tercero. Se pasa así de una elección en la que concurren todos los partidos, que es la que se hará este fin de semana, a otra donde básicamente todo se juega entre dos candidatos. Este sistema está pensado para favorecer la formación de la mayoría presidencial en la segunda vuelta. Se dice que en la primera vuelta se vota de acuerdo con la preferencia de quien se quiere que gane y en la segunda se vota en contra de quien no se quiere que gane.
La jugada de Macron de convocar rápidamente las elecciones le ha salido muy mal. La causa ha sido que los diversos grupos de izquierda, en lugar de presentarse fragmentados como es habitual, han confeccionado una alianza amplia, el Nuevo Frente Popular, que va desde los socialdemócratas hasta la extrema izquierda de Mélenchon, pasando por verdes, comunistas y trotskistas.
Es una alianza frágil. No está pensada para gobernar. Seguramente al día siguiente de las elecciones se fraccionará en el parlamento en dos o tres grupos, pero electoralmente ha configurado el polo alternativo en el Agrupamiento Nacional, dejando reducida a la tercera posición la mayoría presidencial de Macron, que hará que un gran número de sus candidatos desaparezcan en la primera vuelta, porque la competición que se producirá con mayor frecuencia será entre el Nuevo Frente Popular y el Agrupamiento Nacional.
En estas características, es evidente que las encuestas pueden ser muy exactas en los resultados en cuanto al porcentaje de voto, pero pueden tener mucha dificultad en identificar qué va a resultar de este proceso de elecciones sucesivas, sobre todo porque no hay modelos que recojan bien las actuales alternativas en juego.
La asamblea francesa tiene 577 diputados, la mayoría está en los 289, y los resultados más previsibles se sitúan en torno al 36% para el Agrupamento Nacional, entre el 27% y el 29% para el Nuevo Frente Popular, el 20%- 21% para el partido de Macron, la mayoría presidencial, y entre el 6%-7% para Los Republicanos, la derecha francesa de toda la vida. Algunas de las encuestas se atreven a traducirlo en escaños y otras no, y los resultados que se obtienen oscilan entre los 230-240 escaños para Le Pen, una mayoría importante pero lejos de la absoluta, un abanico más amplio para el Nuevo Frente Popular, entre 165 que sería un resultado que quedaría muy corto y 195 que sería un éxito, y una opción por los seguidores de Macron ligeramente por debajo o por encima de los 100 escaños. Los Republicanos obtendrían entre 37 y 40.
Por tanto, Le Pen no tendría mayoría absoluta para gobernar, y si cumple el compromiso de su candidato, no formaría gobierno. El problema es que entonces no existen mayorías alternativas fáciles, porque el Nuevo Frente Popular difícilmente constituiría un todo que pudiera pactar con los macronistas, y la suma de su fracción más socialdemócrata con estos últimos quedaría muy lejos de una mayoría suficiente.
En consecuencia, la previsión, que no quedará despejada el próximo domingo, oscila entre una victoria del Agrupamiento Nacional con capacidad o no de formar gobierno, y la ingobernabilidad de la nueva asamblea.