El presidente francés Macron ha optado por una decisión rápida tras la derrota electoral que ha sufrido en las europeas, convocar elecciones para finales de este mes. Confía en que la combinación de doble vuelta del sistema electoral francés y la exclusión del Reagrupament Nacional por parte de los otros partidos impida transformar el éxito de Le Pen en un sistema proporcional con victoria en el parlamento francés, regido por un particular sistema de mayorías.
La jugada es peligrosa por varias razones. Una, no menor, es que los socialistas prácticamente están equiparados ahora al partido de Macron y pueden crearle problemas en la primera vuelta electoral, en la que en cada circunscripción, si nadie obtiene mayoría absoluta, pasan a la segunda vuelta los dos primeros clasificados, y esto podría decir numerosos enfrentamientos locales entre el Reagrupament y la coalición formada en torno al PSF.
Sin embargo, una cuestión más importante es que en el caso francés hay un factor de polarización muy grande en relación con la guerra de Ucrania. Le Pen, acusada de prorrusa, defiende unas negociaciones de paz con carácter inmediato. Macron, por el contrario, propugna una acentuación de la ayuda militar a Ucrania hasta el extremo de enviar soldados europeos a ese país. Así comenzó la intervención americana en Vietnam, enviando especialistas para asesorar a las tropas de Vietnam del Sur. Una escalada de ese tipo tendría seguramente una respuesta por parte de Rusia y precipitaría una carrera hacia un enfrentamiento bélico de final imprevisible. Lo que está en medio siempre, la terrible amenaza del armamento nuclear. No es algo menor que Francia, junto al Reino Unido, son los dos países europeos que disponen de este tipo de arsenal.
La batalla electoral se planteará de una manera importante en estos términos: ¿quiere enviar a sus hijos a la guerra de Ucrania? Y por otro lado, ¿quiere que Rusia continúe atacando impunemente a otros países vecinos?
Introducir la racionalidad entre estas dos emociones es importante. La premisa es que si acaba pactando una paz en Ucrania a cambio de territorios dará voz a nuevas ansias de conquista militar por parte de Rusia. Cifras en mano y sin entrar en otras consideraciones, esa amenaza parece difícil de que sea real. Basta con ver la dificultad que tiene Rusia para derrotar a un ejército muy inferior de un país demográfica y económicamente agotado como es Ucrania.
Las cifras son claras: el gasto militar de Rusia en 2023 fue de 109.000 millones de euros. El de la OTAN es de 900.000 millones de euros, el del conjunto de la UE 240.000 millones y los presupuestos conjuntos de Alemania y Francia superan casi en un 20% los de Rusia. Si se añade el del Reino Unido, entonces la ventaja se transforma en el orden de un 50% superior. Esto contando además con que el esfuerzo militar de todos estos países es muy débil en relación a su PIB. Gastan entre la mitad y un tercio de lo que está gastando ahora Rusia. Por tanto, la capacidad de hacer crecer su presupuesto de defensa es aún mucho mayor. Y es que la dimensión económica real de Rusia es modesta. Su PIB es ligeramente superior al de Italia: 2,12 billones de Moscú por 2,08 billones de Italia. Viene a ser la mitad del PIB alemán y menos del 10% del de la UE.
Con estas referencias no se entiende demasiado cómo Rusia podría enzarzarse en una guerra abierta con algún país de la Unión, los estados bálticos, Finlandia o Polonia, que son los más cercanos, porque el desequilibrio y la inferioridad económica y militar rusa son demasiado evidentes.
En este sentido, la batalla electoral francesa adquiere también una dimensión europea muy importante. Pero, no sólo por la pugna entre una fuerza populista y otra del establishment europeo, sino porque puede ser crucial para el inmediato desarrollo de la guerra de Ucrania. Porque si Francia se desenchufa, es muy difícil que el resto de países no acaben siguiéndola.