Illa no es el presidente que Catalunya necesita, considerando el resultado logrado y el gobierno que puede formar. No llega al 28% de los votos, tiene tan sólo 42 diputados sobre 135 escaños, un 31% y sólo representa el 17% del total de electores. Un gobierno en solitario sería casi tan poco representativo e inclusivo como el del derrumbe de ERC y Aragonès. La adición de unos de los derrotados en las elecciones, los Comuns, con su escaso 5% y habiendo perdido una cuarta parte de escaños, no expresaría ningún sentido colectivo que represente la voluntad de los catalanes.
El apoyo a la investidura por parte de ERC no resolvería la cuestión de la representatividad del gobierno al día siguiente de la votación.
Sólo un tripartito formado por dos grandes derrotados y un claro ganador tendría una significación suficiente, al menos para gran parte del electorado. Por tanto, tan sólo el tripartito de infausta memoria tiene fundamento democrático.
Otra cosa son sus contenidos; ni siquiera el pequeño establishment del Círculo de Economía, duda de que Cataluña está a un hilo de distancia de bajar en serio; históricamente. Necesitamos un presidente fuerte, con autoridad ante el gobierno Sánchez y ciertamente ésta no es la persona del reiterado “gracias Pedro”; un subalterno suyo, con todos los méritos personales que deseen, pero subalterno. Y eso no sé si lo arreglaría con un tripartito, mayoritariamente dependiente del gobierno español , el primero desde la recuperación de la Generalitat, porque en el anterior tripartito, el lugar de los Comunes lo ocupaba Iniciativa sin presencia en la gobernación española. Ésta sí que sería una ruptura histórica, si nuestra mirada sobrepasa la perspectiva que da el vuelo gallináceo al que nos hemos acostumbrado. Mucho mayor que la pérdida de mayoría independentista, que en definitiva, era un resultado de hace cuatro días.
¿El riesgo, ahora sí escandalosamente grave de la lengua catalana como lengua social, lo resolverán desde el “gracias Pedro”? ¿Abordarán la financiación, incluso en términos tan prudentes como los señalados en la última declaración del Círculo de Economía? ¿Tendremos el traspaso y la inversión que falta en Cercanías? ¿Lograremos competencias sobre una inmigración que nos desborda como se ve en muchos pueblos y ciudades de Cataluña? Pedimos menos aún: ¿se cumplirán las sentencias pendientes de aplicar por parte del Gobierno español sobre vulneraciones de competencias de Cataluña ? Una cuestión insólitamente olvidada. No hace falta seguir, la idea es clara.
Pero Puigdemont tampoco es la solución. Ciertamente, tiene la misma legitimidad que Sánchez para reclamar que su candidatura sea votada en el Parlament, pero además del acuerdo para gobernar con ERC, necesitaría la abstención de los socialistas y eso es imposible, salvo si ambas partes, especialmente la de Madrid considera que el intercambio es serio y por negativa. Si yo no gobierno aquí, tú no lo haces allí. Pero por ahora esta contundencia no existe por parte catalana, y por tanto Puigdemont no llegará a la meta. Sin embargo, si lo alcanzara, la falta de inclusión y representatividad del gobierno de Puigdemont sería igual o mayor que en el caso de Illa y estaríamos en la misma tesitura. Sólo un gobierno por encima de los partidos, con personas de gran valía y reconocimiento por parte de diferentes sectores, podría suplir la carencia electoral, pero ¡ay!, no habría botín para el partido y eso hoy en día es pecado mortal.
Sin embargo, es que además, en todos los casos se da un gobierno no sólo esquivado democráticamente, sino que se hace a espaldas de los catalanes. Porque no sabemos qué piensan hacer. ¿Se aliarían en nombre de qué programa, para alcanzar qué compromisos, qué objetivos? ¿A qué se comprometen en concreto y tangiblemente?
Cataluña necesita una solución a la holandesa. Han tardado medio año, pero han pactado un programa que presentan en el Parlamento y los ciudadanos para formar un gobierno heterogéneo de cuatro partidos, con un denominador común: el programa de gobierno.
Y no era fácil. Ganó la derecha alternativa y muy contraria a la inmigración musulmana, y el pacto se ha hecho con un partido liberal que ya estaba en el gobierno, un partido demócrata cristiano de nueva hornada y otro también nuevo, el BBB, una reacción campesina y ciudadana en la política agraria y ambiental de la UE. Todo ello difícil de atar. Sin embargo, los cimientos lo han hecho posible. El ganador ha renunciado a ser primer ministro y lo han ido a buscar en una personalidad con experiencia política, pero que ya no está en el actual fragor de la batalla partidaria.
Modélenlo como quieran, pero aquí tienen los hilos que necesitamos para trenzar un gobierno más representativo e inclusivo: mayoría suficiente en el Parlament, programa y compromisos claros y públicos con la ciudadanía y un presidente que no es de ninguno de los cuatro partidos para poder arbitrar y dirigir fuerzas tan distintas.
Ya basta con vendernos “grandes liderazgos” que sólo son vendedores de vetesifilos, eso sí, de ademán riguroso, o a 600 km de distancia, verdaderos tafuros del Misisipi.
Necesitan buenos gobiernos inclusivos, con voluntad de presentar y cumplir compromisos, y con presidentes que no tengan que ir dando gracias por las esquinas, ni de enfrentarse por sistema; sólo cuando es necesario.