Como marca el canon del nuevo PSOE, cuando se avecina una elección es obligado abrir el melón de la memoria histórica. Si bien, como siempre, es una apertura parcial como demuestra el caso de la federación de los jóvenes cristianos de Cataluña.
El presidente visitó la semana pasada los trabajos de exhumación de las personas enterradas en la basílica del Valle. Y se fotografió rodeado de huesos.
El gobierno argumenta que está preocupado por aquellas actitudes que niegan la memoria democrática, en el sentido de que cuestionan o minimizan la represión franquista y, especialmente, porque esto se da entre la gente más joven. Por esta razón está preparando una comisión, nada menos que interministerial, con la aprobación de expertos para aportar ideas para que la campaña de su memoria histórica llegue a todos los jóvenes.
El problema de no dejar los hechos históricos en manos de los historiadores y sus debates, y ser utilizados por los políticos, deriva en que hacen del pasado un arma electoral del presente y el país es quien acaba pagando los costes. En el caso de la memoria histórica, este hecho es particularmente flagrante.
No hace falta salir de Catalunya para encontrar una injusticia y arbitrariedad extraordinaria, el cometido con la Federación de Jóvenes Cristianos de Catalunya (FJCC). Este movimiento juvenil nació en 1931, impulsado por Albert Bonet y significó una renovación del catolicismo cristiano. En buena medida, se inspiraba en la juventud obrera católica formada por Joseph Cardijn en Bélgica. Fue un gran éxito y entre 1932 y 1936, reunió a más de 8.000 jóvenes con actividades de formación, deportivas, excursionismo. También impulsó una sección para gente más joven de 10 a 14 años que eran los vanguardistas.
Cuando estalló la Guerra Civil, el movimiento tenía 14.000 afiliados de entre 15 y 35 años y 8.000 vanguardistas. Fuera del catalanismo no tenían una significación política especial. Sin embargo, la persecución a la que los sometieron fue terrible, y durante la Guerra Civil, sobre todo en los primeros meses, más de 300 jóvenes fueron asesinados. Eran la mayoría de ellos estudiantes, trabajadores. Joan Roig Diggle, que está en proceso de beatificación, tenía 19 años cuando una de las patrullas de control lo detuvo y lo mató.
No fue la única monstruosidad cometida en el bando republicano, pero ésta es particularmente sangrienta por dos razones. La primera por la extraordinaria juventud de las víctimas y por su ausencia de la confrontación política. Los mataron sencillamente porque «iban a misa». Después, con el franquismo, la FJCC no pudo reconstituirse y quedó en la nada fuera del marco de la Iglesia, que sigue recordándolos y valorando lo que significaron.
La memoria histórica debería introducir estos hechos, sólo así sería de todos. Pero, claro, esto significaría blasmar la utopía republicana y las bondadosas acciones que impregnaban siempre las actuaciones de las milicias de la CNT y la FAI, del PSUC y de ERC, así como significaría recordar el papel que tuvo el PSOE en la percusión de civiles.
Por ejemplo, la escandalosa cuestión de las Checas, centros de detención, tortura y asesinato importados de la Rusia bolchevique y que se extendieron a la España republicana. En Madrid había la escalofriante cifra de 345 checas, en Barcelona había 47 y en la Comunidad Valenciana 55. En ese conjunto el partido comunista tenía un gran peso, así como los anarquistas, pero los socialistas, el PSOE y los otros grupos afines, controlaban entre Madrid y Barcelona 92 checas.
El gobierno quiere resignificar a Cuelgamuros para dar una explicación del horror de la dictadura. Será una falsedad si al mismo tiempo no se resignifican las checas de las capitales españolas y se explica, y se sitúan, elementos visuales que den cuenta de la terrible y arbitraria represión que en estos lugares se produjo, como es necesario que se repare la memoria de la persecución a la que fue sometida la FJCC. Un acto del Parlamento sería una medida muy necesaria.
Si la memoria no se ejerce en su conjunto, nunca existe posibilidad de reconciliación. Si los alemanes sólo se hubiesen dedicado a recordar desde su perspectiva el conflicto con Francia, o si ese país no se hubiera movido de la postura de declararse víctima de las invasiones alemanas, hoy la UE no existiría.
El espíritu que guía a Sánchez y a su coalición es lo contrario de lo que hizo posible esa unidad y también la de la Transición española. Sánchez quiere vivir electoralmente a expensas de encender cada vez más el fuego de una España enfrentada.