Hay dos grandes cuestiones que en una sociedad democrática deberían ser objeto de un amplio y racional debate, pero que especialmente en el caso de Cataluña y también de España no se produce porque el pensamiento pulidamente correcto ya señala el resultado final antes de que se conozcan las consecuencias que presenta nuestra situación en materia demográfica. Y esto es así porque tanto el liberalismo progresista, la socialdemocracia de género y la izquierda queer dominan la escena política y por su forma de hacer no admiten debates que contradigan sus dictados ideológicos, y sobre la natalidad e inmigración tienen muchos.
Ahora mismo La Vanguardia, con la letra de su director Jordi Joan proclama literalmente que «España necesita inmigrantes para garantizar su futuro». Ya está. Así de sencillo. Pues bien, esa frase es falsa y contiene elementos que sitúan avanzar por camino equivocado.
La realidad es que España necesita natalidad, tener hijos, y por tanto formación de familia y estabilidad de las mismas para disponer de buenas capacidades educativas y además debe auxiliarse con cuidado, a corto y medio plazo, de la inmigración. En otros términos: la inmigración es una necesidad por ahora, pero no es la solución .
Expliquémoslo
La tasa de natalidad es muy baja, nacen pocas criaturas y demasiadas, la mitad, lo hacen fuera del matrimonio. El resultado es que desde 2015 mueren más personas de las que nacen y, como la población crece, lo que se está produciendo es un proceso de sustitución de autóctonos por recién llegados.
En el 2021 el índice de fecundidad, es decir el número de hijos por mujer, era de sólo 1,19 y entre las mujeres autóctonas con trabajo suficiente llegaba al 1,1, la mitad de lo que necesitaríamos. Mientras, los abortos significan ya casi el 20% del total de nacimientos.
Hay mucha literatura científica que señala cómo la baja natalidad genera una menor productividad en el marco de los modelos de desarrollo económico endógeno. Existen una serie de factores que lo explican. Por tanto, en sí mismo, que una población tenga pocos hijos es un problema que afecta gravemente a la economía.
Pero es que además en nuestro caso la apelación a la inmigración determina profundizar el que constituye el mayor handicap para nuestro bienestar y prosperidad: la mejora necesaria de la productividad. El PIB de Cataluña, y también de España, crece más en estos años que en la UE, pero al mismo tiempo nos alejamos de la convergencia con su renta media, y esto es porque la población crece mucho menos que lo hace el PIB, lo que determina un empeoramiento de la productividad. En los últimos años, el PIB de Cataluña ha crecido un 37% y la población lo ha hecho un 25%. En la zona euro el PIB creció menos, un 30%, pero la población sólo lo hizo un 8%. La relación entre PIB y población es de 1,48 para Cataluña por 3,75 en la eurozona y esto significa una mejora de renta dos veces y media superior a la del ámbito europeo.
La causa de este hecho es la inmigración. Crece el PIB en términos absolutos, pero desciende la renta. Este hecho se debe a que la mayor parte de la población inmigrante no aporta, según todos los estudios realizados, “sustitutos perfectos en el marco de trabajo”, sino que se integran en actividades de baja productividad, por lo que el salario medio del inmigrante es de 29,2 puntos inferior al de los trabajadores españoles. Esta afirmación tiene una excepción en sentido contrario, pero que afecta a un grupo reducido de inmigrantes, que son aquellos que vienen a ocupar cargos de responsabilidad o que tienen conocimientos tecnológicos, son originarios de Europa o de EE.UU. y en este caso su salario es 16,1 puntos superior al salario medio. Pero claro, esto es una minoría. La característica general es que la inmigración tiene una baja productividad.
Este fenómeno puede observarse en el caso de Barcelona ciudad, donde la población de este origen ya se acerca al 30% y al mismo tiempo se produce un gran envejecimiento, que se acentuará con la jubilación del baby boom. Pues bien, en estos momentos, de los 3 componentes que determinan la renta (los salarios, los excedentes de explotación, básicamente los beneficios empresariales, y las transferencias, que significa mayoritariamente pensiones), las pensiones ya superan los excedentes empresariales, cuando lo habitual en una población económicamente dinámica es que el primer lugar lo ocupen los salarios y el segundo los resultados de las empresas. Todo el brillo de Barcelona queda retratado en esta radiografía.
Confiar sólo en la inmigración tiene más consecuencias. No resuelve el problema que señala Piketty en el sentido de que un bajo crecimiento de población por poca natalidad determina un aumento de la desigualdad porque favorece la concentración de riqueza . O el hecho de que mientras se están jubilando con cifras crecientes por el baby boom personas con pensiones muy altas, la población que debe pagarlas y en lo que se refiere al grueso creciente de inmigrantes, hace cotizaciones muy bajas.
Por tanto, sin entrar en otros terrenos, confiar el futuro a la inmigración significa condenar a España a caer más y más en su problema crónico de baja productividad. Al margen de ir construyendo una población dual, los autóctonos cada vez más envejecidos que viven de las transferencias del estado y los recién llegados con bajos salarios y culturas específicas propias. No es un buen escenario de futuro. Con un agravante, al menos para los hijos de la primera generación, el panorama de estos inmigrantes no mejorará sustancialmente debido a 3 factores específicamente españoles y catalanes que también castigan a las familias autóctonas, pero que en el caso de los recién llegados la penalización será mayor porque parten de niveles más bajos. Se trata de la falta de ayudas a la familia, la muy insuficiente política de ayuda para reducir la pobreza infantil y el mal estado de la enseñanza, que hace ya tiempo que no actúa en términos significativos como mecanismos de ascensor social.