Ha sido noticia de portada y además con grandes aspavientos. China ha perdido población en términos de crecimiento vegetativo en 2022 por primera vez. Los titulares han sido, si no apocalípticos, sí muy dramáticos. Por ejemplo, un diario más bien ponderado como La Vanguardia dedicaba una página entera con el título de “China menguante”.
Retengamos el hecho para compararlo con nuestro caso concreto. La pérdida de población en términos de crecimiento vegetativo, es decir, la diferencia entre nacimientos y defunciones, fue el año pasado del -0,6%. El 2011 había sido positivo con un 7,4% y en una fecha más lejana, en 1987, era del 16,6%. Una cifra extraordinariamente alta. Este porcentaje expresa el saldo natural de la población por cada 1000 habitantes. Es decir, que en 2022 se reducía en el citado -0,6% por cada 1.000 personas. Naturalmente, esta cifra multiplicada por el conjunto de la población da lugar a una gran magnitud, tanto como 850.000 personas. Sin embargo, para poder hacer las comparaciones entre países se utiliza esta unidad de medida de crecimiento (o decrecimiento) de la población por 1.000 habitantes.
Si nos trasladamos a Cataluña constataremos que nuestra situación es mucho más peligrosa. Primero porque la cifra negativa es mucho mayor, más del doble. El saldo vegetativo fue de -1,53% en 2021 más del doble que en la china. Pero, además, es que nuestro déficit empezó mucho antes porque, algo que no se tiene en cuenta habitualmente, mueren más personas que nacen en Catalunya desde el 2018.
La situación española es aún peor. El saldo negativo empezó de hecho en 2017 con un -0,66%. Dos años antes se había producido ya un signo de este tipo, pero era mucho menor de -0,04%. La última cifra la de 2021 es de -2,37%, es decir, casi 4 veces el valor chino.
Sin embargo, los grandes titulares dedicados a China porque un año se ha reducido el crecimiento vegetativo no se producen en el caso español, aunque el problema es extraordinariamente más grave. Si se hacen diagnóstico sobre China a largo plazo en el sentido de que queda amenazada, debido a la demografía, su condición de gran potencia, ya me contará con las cifras de Cataluña y España cómo deberíamos calificar nuestro escenario. Pero no ocurre nada. No está en la agenda política. El problema de la falta de nacimientos está fuera de toda preocupación, tanto en la Generalitat como en el Gobierno español.
No sólo eso, sino que el reciente debate sobre las medidas que el vicepresidente de Castilla y León dijo que querían aplicar de ofrecer opcionalmente a la mujer embarazada la posibilidad de ver la ecografía de su hijo, ha promovido una escandalera que tiene un denominador común. Situar el aborto por encima de todo, de tal modo que la nueva ley ya se liquida el mandato constitucional de establecer un período de reflexión e informar de alternativas que puedan existir a la mujer que quiere abortar.
En esta crisis demográfica Castilla y León ocupa un lugar destacado y, por tanto, tiene su lógica que se preocupen de estas cuestiones. Y aún tendría más si se preocupara por tener más incentivos económicos para la natalidad y las familias con hijos. Porque si en España el retroceso de población por saldo vegetativo se produce desde 2017 con claridad, ¡en Castilla y León están ya en esta situación desde 1988! Y además con cifras astronómicas todos los años. La pérdida por saldo vegetativo fue en 2021 de -6,81%, la segunda más importante de España después de Asturias. Además, la Covid-19 castigó duramente este territorio a consecuencia de la avanzada edad media de su población, porque en 2020 excepcionalmente, el saldo vegetativo negativo alcanzó casi el -10%.
Tiene toda la lógica del mundo que se intente reflexionar sobre el aborto y quien no lo vea es que no quiere asumir el problema en toda su dimensión. Porque la cifra no es ni mucho menos pequeña. En 2021 abortaron en España algo más de 90.000 mujeres. La mayoría de ellas, el 65% por primera vez, pero es que había un 23% que lo hacían por segunda vez y un 7,4% por tercera, es decir, un 30% de los abortos son personas que han tomado este sistema como una práctica. Casi la mitad de las mujeres que abortaron no tenían ningún hijo, y un 25% tenían uno. Curiosamente, la proporción de las mujeres que tienen familias numerosas son las que menos abortan.
En todo este bajón demográfico hay unas pocas excepciones. Se trata de Baleares que sigue teniendo saldos positivos muy pequeños, pero positivos, y de una forma destaca la comunidad de Murcia que precisamente es uno de los territorios donde se registran menos abortos. No es que ésta sea, ni mucho menos, la única causa, pero sin duda tiene una incidencia clara. Madrid es la otra comunidad que presenta cifras positivas con un modesto 0,22%, pero que viene de magnitudes mucho mayores. La dinámica de la población expresa también la dinámica de la sociedad y en este caso se constata que también en este terreno Madrid supera claramente a Cataluña.
Sin embargo, el lugar donde el decaimiento de la natalidad no se da es en Melilla, que en 2021 presentaba un crecimiento vegetativo muy elevado en proporción a los que se dan en España del 4,41%. La razón fundamental es el peso de la población musulmana practicante en esa ciudad.