El legado perdurable de Joseph Ratzinger

Ha muerto Joseph Ratzinger, el Papa Benedicto XVI, figura clave del catolicismo de los últimos 40 años. Un hombre que combinaba una inteligencia extraordinaria con una gran sencillez y humildad. Cualidades se manifiestan en su obra teológica, muy profunda y a la vez entendedora para los no iniciados.

Un teólogo amigo mío me explicó como principios del año 2005 Joseph Ratzinger le compartía en una carta su deseo de volver a Baviera y disfrutar de la tranquilidad para rezar, leer, y dedicarse de pleno a escribir su obra sobre Jesús de Nazaret. Unas semanas más tarde Joseph Ratzinger era nombrado Papa. Asumió este último servicio al frente de la Iglesia durante ocho años, mientras consideró honestamente que sus fuerzas le permitían asumir tan alta responsabilidad.

Como obispo, Prefecto de la Congregación para la doctrina de la Fe y Papa defendió la integridad de la fe ante las heterodoxias y las modas culturales e ideológicas propias del tiempo que le tocó vivir. Como pensador fue siempre un hombre abierto a dialogar públicamente. Lo hizo con pensadores agnósticos o ateos como Jürgen Habermas o Paolo Flores d’Arcais.

En el entorno poco propicio de la posmodernidad Ratzinger ha reflexionado agudamente sobre los grandes temas que dan sentido a la vida humana: Dios, amor, verdad, libertad, fe, razón. En una época en que la razón ha quedado reducida a la su vertiente técnica e instrumental, y supeditada al subjetivismo de las emociones, ha sido el gran defensor de la razón con mayúsculas, aquella que incluye las verdades de la metafísica, la ética y la fe. Ratzinger recupera la razón capaz de proporcionar sentido más allá de los meros hechos, superando así, por ejemplo, la visión de un Jacques Monod que, negando valor a toda explicación no científica sobre el origen del mundo, era incapaz de explicar cómo el azar y la necesidad ciega pueden explicar toda la perfección del universo que la ciencia nos muestra.

En su discurso en la Universidad de Ratisbona del año 2006 reivindica el valor de la razón en la religión, recuperando las palabras del emperador bizantino Manuel II Paleólogo en un antiguo diálogo sobre el cristianismo y el islam del año 1391: “no actuar según la razón es contrario a la naturaleza de Dios”, y “quien quiere llevar otra persona a la fe necesita la capacidad de hablar bien y de razonar correctamente, y no recurrir a la violencia ni a las amenazas”.

En la misa pro eligendo pontifice de abril de 2005, afirmaba: ”Se va constituyendo una dictadura del relativismo que no reconoce nada como definitivo y que deja como última medida solo el propio yo y sus deseos”. La primera vez que oímos hablar de la “dictadura del relativismo” no acabamos de entender el significado de esta expresión paradójica. Hoy ya la comprendemos perfectamente. Cuando la dictadura del relativismo domina en las leyes, en las decisiones de nuestros gobernantes, en la actuación de las administraciones públicas, en la escuela, a los medios de comunicación, en aquello que hoy se denomina “cultura” y en el entretenimiento, son más pertinentes que nunca estas preguntas del Papa-filósofo: ¿Es una voluntad no razonable realmente una voluntad libre?, ¿Es una libertad no razonable realmente libertad?, ¿Son realmente un bien para la persona?

Uno de sus grandes legados es el Catecismo de la Iglesia Católica. Juan Pablo II le encomendó coordinar la elaboración de esta obra que sintetiza veinte siglos de doctrina católica desde la perspectiva del Concilio Vaticano II, y que tiene que permitir transmitir una visión completa de la fe a las futuras generaciones.

Su pensamiento como teólogo y su doctrina como Papa ha sido proféticos y se han mantenido a la altura de los desafíos de nuestro tiempo. Esto le ha supuesto sufrir la animadversión del pensamiento políticamente correcto, que primero lo intentó presentar como un tradicionalista intransigente. Y, mas recientemente, lo ha acusado de inacción ante la pederastia, lo cual responde más al propósito de deslegitimar su figura y su legado, que no a la realidad. Como Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe combatió la pederastia en el seno de la Iglesia en el último periodo del pontificado de Juan Pablo II. Después, como Benedicto XVI, dictó normas muy duras para erradicarla, reconoció públicamente y pidió perdón repetidamente a las víctimas por los casos de pederastia cometidos por sacerdotes, la gran mayoría ocurridos hacía varias décadas.

Seguro que Benedicto XVI ha vivido también con dolor la situación que vive estos últimos años la Iglesia en Alemania. Una crisis que los obispos alemanes se habrían podido ahorrar, primero, si en vez de apostar por una iglesia adaptada a la ideología de género, hubieran entendido el análisis de Ratzinger de que la pederastia, dentro y fuera la iglesia, no la ha provocado una moral sexual “restrictiva” sino precisamente el pansexualismo y la supresión de las normas morales, que se generalizan a partir de mayo del 68. Y segundo, si hubieran entendido y aceptado la visión que expresaba el teólogo Joseph Ratzinger en 1969 sobre el futuro de la Iglesia como una comunidad mucho más reducida, a la cual se accede por una decisión personal, y en la que se vive la fe de forma mucho más intensa. Y “que de las divisiones y pruebas que hoy le toca vivir saldrá una Iglesia interiorizada y simplificada, pero con una gran fuerza que volverá a atraer a los seres humanos en un mundo plenamente planificado” y despersonalizado.

Publicado en el Diari de Girona, el 2 de enero de 2023

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