Sea cual sea el resultado de la crisis abierta sorprendentemente en el debate anual de política en el Parlament, el gobierno de Aragonés del proceso del 1-O ha terminado. Está liquidado, obviamente, si se rompe, y también, después de lo ocurrido, si sigue sustituyendo al cesadoPuigneró por otro miembro de JxCat.
Se acabó porque la escenificación en este caso ha mostrado de forma escandalosa que viven en el engaño y del engaño. Es evidente que ERC y Aragonès en ningún momento tuvieron intención de cumplir con lo pactado en el acuerdo de investidura, que concretaba que no debían existir líneas rojas en la mesa de diálogo, que tenía como finalidad tratar del referéndum y de la amnistía y no de otras cuestiones. También se comprometía a constituir una dirección estratégica del independentismo, añadiendo a la CUP a los partidos del gobierno y las dos principales entidades que le apoyan, el ANC y Òmnium. Se concretaba también la coordinación con el Consejo de la República, de Puigdemont, y otra coordinación para las actuaciones en Madrid.
Después de un año nada se ha hecho de eso, ni hay intención de hacerlo. Y esa es la causa fundamental de la explosión ayer en el Parlament por parte de Aragonès, que tiene, eso sí, una mecha con el planteamiento del portavoz de JxCat, Albert Batet, al anunciar que pediría una cuestión de confianza si no se cumplía el acuerdo. Hay que prestar atención a este punto, no fue un ultimátum, sino una frase en condicional que Aragonés rápidamente tradujo en un “o conmigo o contra mí”, y en este sentido convocó de urgencia al consejo ejecutivo.
Y es que la realidad pura y dura por parte de ERC no es otra que la de querer a JxCat fuera del gobierno. Pero, vaya, Lo quiere sin ser responsable del estropicio porque teme las consecuencias electorales. Y esta es una componente del gran engaño.
El otro es la de JxCat. Quieren ir más allá con el independentismo. Quieren confrontarse, si es necesario, con el Estado. Seguramente se sentirían más satisfechos en la oposición porque podrían marcar más perfil propio, por ejemplo y sobre todo ahora, con la fiscalidad, pero no quieren asumir el coste de quedarse sin cientos y cientos de apreciados puestos de trabajo de alto nivel ni el acceso a los recursos que la Generalitat tiene. Los alcaldes, capital importantísimo de JxCat, herencia de CiU, también quieren tener interlocutores de su mismo color en el gobierno. Y todo esto desaparece con la ruptura. JxCat vive bajo el engaño del abrandamiento independentista, por un lado, y de querer mantener el despacho y la moqueta oficial, por otro.
Si el gobierno continúa, estas falsedades se mantendrán y como ya están al alcance de todos, el independentismo del proceso del 1-O estará terminado. Y si se rompe, como quiere ERC, para ir con sus aliados naturales, socialistas y comunes, será aún más evidente que el 1-O es agua pasada.