Los alineados con la progresía hablan y escriben, y no paran, diciéndole de todo a Meloni, donde la menor de las descalificaciones es la de fascista. Incluso algunos periodistas, como Melini es mujer, pero de derechas, no tienen inconveniente en escribir que la futura presidenta del gobierno italiano apela a los atributos fálicos, como escribía José R. Ubieto en La Vanguardia en un artículo destacado este miércoles 28 de septiembre. De esta forma se descalifica el voto mayoritario de millones de italianos porque no han escogido de acuerdo con lo que el progresismo de lo políticamente correcto considera que debe votarse.
Pero lo incontestable es que en este éxito de Meloni ha tenido un papel Dragui, antes y después. Antes porque dejó desguazada la estrategia de Letta, el dirigente del partido democrático, la alternativa a Meloni, y que ya ha presentado su dimisión por los malos resultados logrados. Letta pensaba que podría situar la campaña remarcando su carácter de fuerza responsable continuadora de la obra de Dragui, de la que la única oposición fue precisamente Meloni. Y esa línea la llevó tanto hasta las últimas consecuencias que despejó la eventualidad de un acuerdo con el Movimiento 5 Estrellas porque habían contribuido a romper el gobierno de unidad encabezado por el antiguo presidente del Banco Central Europeo.
Pero, he aquí que a finales de agosto en el encuentro anual del movimiento Comunión y Liberación en Rímini, al que suelen acudir destacados dirigentes de la política italiana y también del mundo político y cultural internacional, Dragui, uno de los invitados, dejó claro que estaba convencido de que el próximo gobierno, «sea cual sea su color político conseguirá insuperables dificultades que ahora parecen enormes». En un acto bien público y formal estaba anunciando que no tenía ningún inconveniente en que Meloni, a la que las encuestas la daban ya por ganadora, encabezara el nuevo gobierno. Letta estaba sin campaña electoral y empeoró una posición que previamente era ya mala desde el punto de vista de los votantes.
Tras las elecciones Dragui ha actuado como avalista de Meloni frente a Bruselas y Washington, garantizando que el nuevo gobierno no rebasará ninguna línea roja, y sobre todo la que es fundamental para EEUU y para sus acólicos de la CE: la pertenencia y la militancia en la OTAN. Naturalmente, esto significa mantener Europa sin la posibilidad de una defensa propia, de un ejército europeo. Pero esta cuestión es la que menos preocupa a los Hermanos de Italia, el partido de Meloni, que no dejan de ser, eso sí, nacionalistas italianos.
Hay que hacer constar además que Dragui quería ser presidente de la república y por la responsabilidad de que continuara en el gobierno, le vetaron ese camino. Este hecho no es disociable de la escasa resistencia que presentó para hacer flotar a su gobierno cuando entró en crisis, y ahora librado de este compromiso, estando el actual presidente Mattarella en tiempo de descuento, la posibilidad futura de ocupar ese cargo se hace evidente y si lo logra será porque habrá contado con el apoyo de Meloni y su gobierno, principal fuerza de la política italiana en el Congreso, en el Senado y en las regiones.
Si esto es fascismo, Mussolini debió inventar algún otro producto que nada tiene que ver.