En este pronto inicio de temporada política, la agenda del Gobierno Sánchez está marcada por tres claras prioridades.
Primero, moverse y gastar dinero público como nunca, aprovechando el crecimiento de los ingresos que provoca la inflación y la enormidad de los fondos europeos disponibles. Esta abundancia económica persigue comprar electores ante las elecciones de mayo próximo y las futuras generaciones. La utilidad y eficacia de este gasto importa poco. Lo vemos, por ejemplo, en la enorme contradicción de los 20 céntimos de subvención para la gasolina y el gasoil, que no solo son contrarios a criterios progresivos, ayudar más a quien menos tiene, sino que son contrarios a los criterios de la transición energética, porque están subvencionando el consumo de combustibles que deben reducirse.
La segunda línea es la de movilizar a su electorado y en general a todo el ámbito de izquierda y, en este sentido, se utilizarán los temas de siempre; se acentuará el aborto, se explotará, si ya es prudente hacerlo, la eutanasia, que hasta ahora se mueve con numerosas dudas, se pondrá sistemáticamente en la picota a la Iglesia con la ayuda necesaria de El país, se acentuará la polarización, que desde el primer día preside la línea política de Sánchez, basada en algo tan simple como imponer su propio punto de vista en un determinado decreto ley o una ley, no admitir ni la más mínima enmienda, y a partir de entonces señalar como anti demócratas, que no arriman el hombro, a quienes se opongan a aprobar la literalidad señalada.
La tercera prioridad no deja de ser sorprendente en un partido de gobierno: se trata de lanzar a todos los ministros al ataque sistemático y continuado del jefe de la oposición. Esto no es lo habitual, porque entre otras cosas, lo que hace es señalar que dicho líder opositor tiene una altura política o una capacidad que le hace digno de tanta atención y que por poco bien que se resuelva este ataque, terminará por favorecerle. Lo habitual es a la inversa, que la oposición embista sin cesar al presidente del Gobierno, porque este ya posee todos los atributos y, por consiguiente, el ataque no le aportará muchos más, sino que, en todo caso, desgastará parte de los que tiene. Pero estos atributos no existen en un simple opositor, por alternativa de gobierno que sea, reflejan un temor a la derrota fuera de medida, inseguridad excesiva y, por qué no, una psicología muy especial que merecería un análisis particularizado.