Las previsiones para este año de la Comisión Europea para los diversos países miembro no pueden ser más negativas. Empecemos con el caso de España. El crecimiento quedará reducido a un 4%, 3 décimas menos de lo que el gobierno ha estimado, y si es así las previsiones presentadas por Sánchez en Bruselas deberían rehacerse. Puede parecer que un 4% comparado con el crecimiento medio de la eurozona del 2,7% es bueno, pero cabe recordar que la caída del PIB en 2020 de España fue espectacular, de -10,8. El mayor de Europa y, por tanto, como es lógico los porcentajes de recuperación a partir de esta base son o deberían ser singularmente altos.
Con la previsión del 4% para este año y la del 3,4% de 2023, España, si todo va bien, no recuperará el PIB de 2019 hasta el 3r trimestre de 2023. Es decir 4 años de bajón. Si se añaden los perdidos durante la crisis de 2008, tenemos el balance de una década larga perdida. Ni el gobierno español logró templar el impacto económico de la covid al nivel de otros países, como por ejemplo Italia o Francia, ni ahora sabe cómo garantizar un mejor crecimiento a pesar de la abundancia de recursos económicos de los que dispone. Recordemos que el fondo Next Generation representa una ayuda que en términos relativos equivale a un Plan Marshall para nuestro país, pero de momento sus efectos son imperceptibles.
El problema añadido es que es el conjunto de Europa quien sufre. Ya hemos visto que el crecimiento de la eurozona será modesto, pero es que los países clave, sobre todo Alemania, tendrán todavía una progresión peor porque solo aumentará su PIB en un 1,6%, Italia lo hará en 2,4%, y sólo Francia crecerá por encima de la media europea con un 3,1%.
Las causas de esta situación son diversas. Por un lado, existe el problema de los suministros a la industria, sobre todo en el sector del automóvil, lo que ayuda a explicar la mala situación alemana. Por otro lado, Europa ya nota los efectos de su invierno demográfico ocasionado por la baja natalidad y el elevado aborto. Faltan trabajadores especializados en determinados sectores. De hecho, en algunos casos las vacantes superan ya el número de parados. La inflación está castigando a todas las economías y aquí entra en juego la guerra de Ucrania. Se prevé que este factor alcance a finales de año un incremento superior al 6%, al tiempo que la actividad económica se reduce. La incertidumbre generada por la guerra es un factor clave en todo. La decidida apuesta de la CE por el rearme ucraniano, en lugar de hacer hincapié en la búsqueda de un armisticio, está agravando las expectativas y, por tanto, la situación.
La celebrada entrada en la NATO de Finlandia y Suecia, poniendo fin así a una neutralidad secular, aumenta esta incertidumbre porque sencillamente incrementa, de hecho más que dobla, el área de fricción con Rusia. Europa comienza a pagar de una manera muy importante su política hacia la guerra de Ucrania y la URSS, sin que de momento el horizonte permita realizar otra hipótesis que no sea la del empeoramiento, más o menos grave. Si Rusia decidiera cerrar el suministro de gas, la inflación crecería hasta el 9% de media y esto significa que en los países más dependientes crecería por encima de los 2 dígitos. Lo dice la propia CE que, más bien, tiende a desdramatizar la situación con cifras.
El crecimiento por este año se vería reducido al 0,2%, lo que significa que dada la evolución del primer y parte del segundo trimestre, el comportamiento económico para el resto del año sería negativo y Europa podría entrar en recesión .