Guerra de Ucrania: a pesar de todo, algo se mueve

La nueva ronda de conversaciones en Turquía entre Rusia y Ucrania abre la puerta a esperar un progreso que contribuya a detener las hostilidades. El presidente Zelenski acepta ahora tratar el caso del Dombás, que era uno de los motivos centrales de la invasión rusa. La posibilidad de que este territorio, en parte ya ocupado por Rusia desde hace años, pueda separarse de Ucrania, como el caso de Carelia finlandesa, puede abrir la puerta a la solución, más cuanto antes Zelenski ya ha aceptado la neutralidad del país y la no entrada a la OTAN, que era una de las condiciones centrales que exigía Rusia.

Queda, sin embargo, la importante cuestión de Crimea y aún más difícil la conexión de este territorio con el Dombás a través de la franja del Mar Negro y el Mar de Azov. Aquí es donde se inscribe la durísima batalla por el control total de la ciudad de Mariúpol. Esta conquista si se consolidara significaría que Ucrania pierde la salida al Mar de Azov y queda restringida al puerto de Odesa el acceso al Mar Negro. Es un punto realmente complicado, pero en todo caso el avance está ahí.

Pero, esta dinámica se ha visto enturbiada por la metedura de pata de Biden, una práctica nada insólita en este presidente de EEUU, que no se entiende bien por qué en el marco de intervenciones sociales muy preparadas introduce frases que después comportan problemas para el propio país. Su afirmación de que Putin no podía seguir gobernando Rusia ha comportado al día siguiente el desmentido por parte del secretario de estado de que EEUU tuviera intención de procurar la caída del gobierno de Putin. La información que mayoritariamente aportan los medios de comunicación españoles hace difícil interpretar la situación exacta de la guerra, porque tienden a situar con una posición poco menos que catastrófica a las tropas invasoras y a presentar como un éxito continuado la resistencia de Ucrania. Sin embargo, la realidad es bastante diferente. Es evidente que el ejército ruso no ha desplegado ninguna guerra relámpago, pero también lo es y sólo hace falta ver el mapa de la situación a 27 de marzo para constatar el elevado control territorial que ha alcanzado la invasión.

En estas perspectivas de inicio de negociaciones en Turquía y a la vez de continuidad de la destrucción en Ucrania, es necesario interrogarse sobre el futuro. Y aquí hay que señalar que objetivamente hay tantos futuros diferentes como partes están en el juego, y que la cuestión es cómo casarlos.

La posición de EE.UU. es clara. Su población apoya la actual política exterior de Biden, pero en ningún caso está dispuesta a traspasar el límite que pueda suponer un riesgo de guerra nuclear. Washington lo que pretende es convertir a Ucrania en un nuevo Afganistán ruso, es decir, una guerra larga y de desgaste en la que EEUU pone el material y los ucranianos la vida y el país. También persigue la sustitución total o en la mayor medida posible del gas ruso por el gas licuado procedente del fracking de EE.UU., aunque este recurso sea claramente más caro. En definitiva, esta nueva dependencia energética de Europa es la reocupación americana de los países de la NATO fronterizos con Rusia, ligada a la continuidad del conflicto, sea abierto o sea latente, añadido al mantenimiento del régimen de sanciones a Moscú que también perjudica, sobre todo , en Europa y que haría crecer la dependencia de la Unión en relación con EEUU, que consolidaría así su hegemonía a la vez que ahogaría al adversario ruso.

La posición europea debería ser muy distinta, porque el escenario norteamericano comporta necesariamente un empobrecimiento, un conflicto continuo con el vecino ruso y un predominio de China, que en ningún caso puede interesarnos. A la UE le interesa el fin de la guerra, el cese de la destrucción de Ucrania, su reconstrucción y abrir una nueva época de colaboración con Rusia.

La opción rusa es complicada porque tiene que salir de la guerra con unas ganancias bien definidas políticas que compensen la crisis económica que está sufriendo y sufrirá el mayor país del mundo. Sin duda, el fin de las sanciones, y una puerta abierta a la cooperación con Europa sería oxígeno para Putin, pero está por ver que la UE esté dispuesta a jugar esta carta y sobre todo que EEUU no haga nada por impedirlo. Por último, la opción de Ucrania no puede ser provocar la actual resistencia, que sólo conlleva la destrucción del país y un final anunciado con pérdida del territorio, que puede ser mayor o menor cuanto más tarde en llegar a un acuerdo y cuanto menos juegue en Europa una carta pacificadora.

En este contexto lo que se echa de menos es un gran intermediario capaz de acercar las diversas posiciones. Es evidente que las Naciones Unidas llevan tiempo desdibujadas y no tienen ningún papel en este conflicto. En realidad la única voz bastante poderosa a ambos lados es la del papa Francisco, que si bien ha exigido con contundencia el fin de la guerra, lo ha hecho en unos términos que mantiene abierta la puerta del diálogo con la Iglesia ortodoxa rusa y a través de ella con el gobierno de ese país.

La sociedad europea no está valorando suficientemente el impacto a medio plazo que conlleva esta guerra, y los gobiernos no están informando de forma suficientemente completa. Por ejemplo, la crisis de la exportación de cereal ruso y ucraniano comportará una situación muy difícil en África que de rebote impulsará una mayor inmigración a Europa. Pero éste es otro tema que abordaremos en el futuro.

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