El presidente ruso Vladimir Putin ya anunció, el lunes 21 de febrero, que Rusia reconocería oficialmente la independencia de las regiones ucranianas de Donetsk y Lugansk, parcialmente controladas por rebeldes prorrusos desde 2014 y habitadas por una población mayoritariamente rusófona.
Se trata de una decisión que lleva las tensiones a un nivel muy peligroso. Pero, ¿qué busca realmente Putin con la actual escalada?
Algunos cronistas de política internacional marcadamente pro-Biden, como Gideon Rachman del Financial Times, han intentado explicar la situación arrojando la hipótesis de una pérdida de racionalidad por parte del líder ruso. Putin, transformado en «Vlad the Mad» (Vlad el loco) como le llama en un artículo reciente, podría estar deslizándose hacia un delirio nacionalista y sería incapaz de hacer cálculos racionales sobre las consecuencias de una ofensiva a gran escala en Ucrania.
Pero la teoría de la locura de Putin (sea real o pretendida) resulta una explicación demasiado fácil y poco coherente con el historial del personaje.
Para contestar a la pregunta de cuáles son los propósitos de Putin en Ucrania deben tenerse en cuenta varios factores.
El primero es el gusto de Putin por la táctica (que busca la consecución de objetivos inmediatos en un momento y contexto dados) más que la estrategia (consecución de objetivos amplios y a largo plazo).
La historia reciente demostró que el presidente ruso es un maestro a la hora de aprovechar las circunstancias de cada momento para obtener ventajas a corto plazo.
En cambio, su política a largo plazo está rodeada de dudas: incapacidad de renovación económica del país, acercamiento de dudoso interés para Rusia hacia China, ambiciones geopolíticas estancadas en los antiguos territorios soviéticos (Donbass, Crimea, Georgia, Armenia, Kazajistán).
El segundo es la poca credibilidad del actual presidente Joe Biden en materia de política exterior, en particular después de la aparentemente improvisada y catastrófica retirada de Afganistán.
El tercero sería la preocupación europea por su abastecimiento de gas en pleno período invernal: Putin sabe perfectamente que Europa no puede prescindir del gas ruso de un día para otro.
En este contexto internacional, Vladimir Putin habría identificado en Ucrania una oportunidad para inclinar la balanza geopolítica a su favor y dejar en evidencia a Estados Unidos como líder de la OTAN. Como gran maestro de la táctica que es, avanzó sus peones sin dudar ni un momento.
Nadie sabrá en un futuro reciente si, dentro de ese contexto, el reconocimiento de las regiones separatistas de Ucrania entraba dentro de los cálculos iniciales de Putin.
En cualquier caso, la anexión de Crimea en 2014 después de las protestas prooccidentales que provocaron la caída del gobierno proruso ucraniano, no se produjo hasta que Rusia se percató de que había perdido un socio crucial.
Ocho años después de estos hechos, el reconocimiento de Moscú de Donetsk y Lugansk parece, desde un punto de vista ruso, la continuación de su política ucraniana, y no el paso previo a una ofensiva militar a gran escala.
a diferencia de lo que ocurrió en Crimea, esto podría suponer que fuerzas ucranianas y rusas ocupen posiciones muy cercanas en una línea de frente activa
Está claro que la decisión de Putin lleva las tensiones a un nuevo nivel, puesto que supone la entrada de tropas rusas en Donetsk y Lugansk, territorios legalmente pertenecientes a Ucrania . Y, a diferencia de lo que ocurrió en Crimea, esto podría suponer que fuerzas ucranianas y rusas ocupen posiciones muy cercanas en una línea de frente activa.
Sin embargo, las consecuencias más directas del reconocimiento recaerán no sobre el territorio en cuestión sino sobre Moscú, y serán de tipo económico: Estados Unidos y la Unión Europea están decidiendo nuevas sanciones a las ya existentes.
El resultado será incrementar la desconexión entre Rusia y Occidente, empujando aún más a la primera en brazos de China y volviendo la situación de los países de Europa del este, como Ucrania, insostenible.
Efectivamente, a medida que Moscú se siente más acorralado, su reacción se hace más y más violenta. El mantenimiento de un «espacio de seguridad» a su alrededor es la constante más esencial de la geopolítica rusa desde hace siglos.
El empeño ucraniano por entrar en la OTAN, y la falta de iniciativa europea para proponer una alternativa que vaya a favor tanto de Kiev como de Moscú, están pasando factura.
El Kremlin no renunciará a su «espacio de seguridad» por más sanciones que Occidente le imponga, y menos ahora que cuenta con China y con una serie de países que han renegado abiertamente de la democracia a la occidental.