La reiterada vocación del gobierno español de presentar los retornos a la normalidad sin que existan las condiciones necesarias para ello, unido a las ganas lógicas de que esta ilusión fuera verdad, conduce a deformar cada vez el panorama real de la pandemia. Ahora está volviendo a suceder con la sexta ola.
Para empezar, cabe recordar que ésta ha provocado muchos más muertos que la quinta y la cuarta. De hecho, más que duplica a ésta. Ahora estamos con 762 muertes semanales, en el bien entendido de que el recuento no está terminado y, por tanto, crecerán, mientras que en la quinta fueron 402 y en la cuarta 330.
En camas ocupadas, también es la que registra mayor impacto de las tres últimas olas sobre el sistema sanitario, con 15.206, cuando en la quinta fueron 8.507 y en la cuarta 10.049. Mientras que en pacientes UCI la cifra ha sido ligeramente menor: 1.578 en la sexta, varios más en la quinta, 1.847 y 2883 en la cuarta.
Por tanto, si consideramos el detalle de que, en la evolución de la pandemia y sus consecuencias, se introdujo la vacunación a partir del mes de enero del pasado año, podemos considerar que de las olas en período vacunal, la que todavía estamos sufriendo ha sido la más importante. Ómicron no está en este sentido inofensivo, pero es que además aunque minoritaria, la Delta sigue presente.
En este momento no hay por parte de los expertos una composición de lugar clara y mucho menos una composición si ya se ha llegado, en materia de mortalidad, empleo hospitalario y personas en la UCI, en el pico de la sexta ola mientras todavía están vivos indicadores hospitalarios que alertan de la situación. Concretamente, es el caso de las urgencias del Hospital del Mar en Barcelona que se encuentran totalmente colapsadas con numerosos enfermos que llevan más de 24 horas en esta difícil situación por falta de plaza. Incluso existe el caso de una persona que lleva una semana ingresada en urgencias, como han denunciado los profesionales del servicio.
Es insólito que se hayan adoptado medidas extraordinarias o que sencillamente no se hayan desviado personas de estas urgencias a otros hospitales no saturados. Este sistema de funcionamiento en el que cada centro hospitalario actúa como una isla, aislado del resto, es absolutamente irracional y perjudicial para la salud de los usuarios. Si en otros países se trasladan personas de la UCI de una ciudad a otra, con mayor facilidad se podrían trasladar a enfermos de urgencias de un hospital a otro, que pueden estar a menos de una hora de distancia. Es una manifestación más de que el problema de la organización no está bien resuelto y que no tenemos garantía ni defensa de un plan B sistemático que alivie la saturación que puede producirse en determinados puntos del sistema.
Por tanto, tenemos tres cuestiones que hay que tener bien presentes y que el gobierno no anuncia con suficiente claridad. Una, que el ómicron no ha pasado y sigue matando y enviando a gente a los hospitales. Dos, que pese a las experiencias de las reiteradas olas, no se dispone de un plan flexible que maximice los recursos de asistencia a base de trasladar a los enfermos allá donde pueden ser mejor atendidos. Y todavía queda un tercer aspecto, a pesar de su gran magnitud, que son los enfermos de covid persistente, que en ese momento las cifras oficiales calculan para toda España que pueden alcanzar el millón de personas. Lo que podría representar a unos 160.000 enfermos de covid persistente en Catalunya. Pero el sistema sanitario ignora este hecho y estas personas deben peregrinar intentando encontrar solución a su problema.