¿Qué más tiene que suceder para que gritemos tan fuerte que haga tambalear las poltronas del poder de quienes nos gobiernan, desde la Plaza Sant Jaume a la Moncloa? ¿Qué hace falta más para que provoquemos la crisis de la partitocracia?
La Covid volverá a arruinar literalmente muchas economías, familias, vidas. Los muertos continuarán en alza, ciertamente mucho menos que en las olas anteriores, pero demasiados para que no sea una tragedia. En esta ola llevamos 2018 en toda España, ¿cuántos aviones deberían estrellarse para alcanzar esta cifra? Son menos, muchos menos que los más de 20.000 de la primera, la segunda y la tercera ola, pero muchos y con una diferencia importante.
Podrían ser menos si hubiera con carácter permanente un programa de vigilancia y gestión epidemiológica. Sabían lo que estaba pasando en Europa, como en la primera ola lo vimos en Italia, sin que el gobierno Sánchez se diera por aludido. Sabían que la variante Ómicron es 70 veces más contagiosa, que la famosa inmunidad de grupo primada por Sánchez es un mito por las mutaciones, y porque las vacunas pierden sus efectos entre los 3 (Astra Zeneca) y 6 meses. Pero nada se ha hecho. Se cerraron los sistemas de control y seguimiento de los afectados, y se continúa sin una Agencia de Salud Pública fuerte e independiente. No existe ninguna prevención activa basada en el uso sistemático de test y seguimiento de los contagios, y sobre todo se ha perdido un tiempo extraordinario para aplicar la tercera dosis. Ni siquiera tenemos una legislación adecuada. Todo esto cuando falta poco para cumplir 2 años del inicio de la pandemia. Actúan siempre como si fuera un hecho repentino y ocasional, cuando en realidad es un mal todavía endémico.
En plena ola de pandemia se celebra el Congreso del PSC (y se infectó la presidenta Balear que asistió, Francina Armengol), se hace la manifestación por la lengua con 35.000 personas, el concierto de Llach con 15.000 sin especiales precauciones. Pocos días después se desea implantar un nuevo toque de queda, cerrar el ocio nocturno y limitar aforo de restaurantes al 50%. Pero, ¿qué capacidad de prever tienen quienes nos gobiernan? ¡Ninguno! Son incapaces y, además, irresponsables, porque no asumen las consecuencias de sus actos.
Al mismo tiempo no acabamos de salir del agujero de la crisis, que no superaremos hasta el 2023, con suerte, y el empleo que se crea es de baja productividad, lo que significa sueldos insuficientes en época de inflación disparada. España ha caído al puesto 17 de los países de la UE en renta per cápita, y tan sólo alcanza el 84% de la media europea, a 10 puntos de Italia, a la que debíamos superar según se anunció en su momento. Pero el peor indicador es que países de la depauperada ex URSS son ya más “ricos” que España. Lituania Chequia y Eslovenia. Y encima Cataluña retrocede porque no va mejor que la media española.
Mientras, la oposición se dedica a batallas como las del catalán, lo que utilizan como arma política (favorecido por la instrumentalización que hace el gobierno de Cataluña; que más querríamos que en todas las escuelas el 75% de las clases fueran integralmente en catalán, ¡si ahora ni siquiera llegan a la mitad!). La oposición es tan incapaz que ni siquiera ha conseguido un rendimiento de cuentas de las políticas aplicadas a la pandemia después de seis oleadas (de las que más de Europa) y más de 100.000 muertes, que en Cataluña ha representado un bajón histórico de la población. Después de la Guerra Civil ésta es la mayor catástrofes que hemos vivido. Y aquí no ocurre nada.
No necesitamos anuncios tímidos de alternativas melífluas. Necesitamos una revuelta cívica para regenerar la vida política y social si queremos salir del pozo que nosotros cavamos. Una revuelta cívica ante el poder, la partitocracia, los “disfrutadores de rentas públicas en nombre de su progresismo, y las élites que han desertado de su servicio a la sociedad y se dedican a la “gara-gara” con quienes mandan.