Los días 25, 26 y 27 de noviembre se celebró el Encuentro Nacional de la XLIII Semana Social de la Conferencia Episcopal Española (CEE) en la facultad de teología San Isidoro de Sevilla. Así se ponía punto final a los encuentros diocesanos que se habían producido en las diócesis participantes en la convocatoria, un total de 12 de las 70 que hay en España, producidas a fin de extraer conclusiones en base en un texto redactado por la Junta Nacional de las Semanas Sociales y distribuido a las diócesis hace unos meses.
Las Semanas Sociales son una iniciativa de la propia CEE que, desde 1906, abre a los fieles laicos la oportunidad de expresarse y crecer, con la voluntad de promover a alto nivel su contribución específica en la renovación de la vida eclesial y civil. La convocatoria de este año ha sido encabezada con el título La regeneración de la vida pública. Una llamada al bien común y a la participación.
La Archidiócesis de Barcelona se sumó a la convocatoria, reuniendo bajo la dirección del delegado Diocesano de la Pastoral Social y Caritativa, Mn. Joan Costa, un grupo de laicos provenientes del mundo de la política, la economía y Cáritas, entre los cuales tres jóvenes. Un servidor participó de la deliberación y extracción de conclusiones en Barcelona y fue enviado como representante la Archidiócesis de Barcelona al Encuentro Nacional de Sevilla para hacer de portavoz de las conclusiones a las cuales habíamos llegado aquí.
El encuentro puso de relieve la diversidad de sensibilidades y carismas que conviven dentro de la Iglesia católica española
El encuentro puso de relieve la diversidad de sensibilidades y carismas que conviven dentro de la Iglesia católica española, en cuanto a las conclusiones extraídas en base en el texto mencionado, el cual hacía un repaso general de la situación social actual y un llamamiento para que la Iglesia hiciera uso del diálogo para impulsar un clima de amistad social a través de su participación activa en la vida pública.
Así, en base a la exposición de las conclusiones diocesanas, se llegaron a las siguientes conclusiones generales:
En primer lugar, se puso de relevo que el paradigma social actual, basado en el hiperindividualismo, sitúa los individuos en trincheras ideológicas e identitarias irreconciliables, condenando la sociedad a un clima de confrontación continua. Ante esta situación de falta de concordia, se aprecia que la presencia de los católicos en la vida política y cultural es a día de hoy irrelevante. Hay una falta absoluta de referentes católicos en la vida pública.
Por todo ello, se determinó que ha llegado el momento que los católicos nos comprometamos y responsabilizamos en la superación de la actual situación de confrontación y aportamos nuestro bagaje político, moral y cultural para enriquecer la esfera pública y regenerarla desde la apuesta por el bien común.
En segundo lugar, se hizo mucho de énfasis en la importancia del uso del diálogo como herramienta del camino sinodal de la Iglesia. Un camino que esta se propone hacer durante los próximos años para enriquecer y enriquecerse de la presencia activa de los católicos en la vida política, económica, cívica y social a través de una verdadera espiritualidad de comunión entre nosotros y con la sociedad. En este camino sinodal los laicos estamos llamador a asumir un rol protagonista, como cara visible de la Iglesia al mundo, a través de nuestro ejemplo personal, como discípulos, y trayectoria pública, como misioneros.
En tercer lugar, se puso el foco en la participación de los católicos en la vida pública orientada al bien común. Los católicos estamos llamados a dar sentido social y cultural a la redención de Cristo a través de nuestra presencia misionera y de nuestro compromiso de transformación evangélica de la sociedad y a experimentar la alegría de comunicar el Evangelio al mundo. Por lo tanto, tenemos que revestir de consecuencias sociales y culturales la caridad del amor de Dios que reina en el mundo.
Se destacó que hace falta que el esfuerzo en la participación de los católicos en la vida pública esté basada en el magisterio de la Doctrina Social de la Iglesia, con la mirada puesta en la evangelización de las periferias sociales, con una atención especial a los pobres, a los olvidados, a los marginados y a los descartados, y de las periferias morales, con una atención especial a un mundo de la política que, en muchas ocasiones, ha pasado a ser parte del problema y no de la solución en una nociva espiral de indigencia moral.
En este sentido, se recalcó que el actual desafío cultural, económico y social que sufre nuestra sociedad nos obliga como católicos a hacer frente a esta realidad humana acogiendo, viviendo y comunicando la Buena Nueva de Jesucristo. Así, se hizo eco de las palabras del Papa Francisco en su primera exhortación apostólica, Evangelii Gaudium, en la cual hace un llamamiento a convertir el poder político, económico y cívico en una auténtica y noble vocación de servicio al bien común. En este sentido, se hizo énfasis en la necesidad de que la Iglesia forme, cuide y acompañe los laicos con vocación al servicio público.
Finalmente, a modo de conclusión personal, añadiría a todo ello, desde la humildad y la fidelidad a la Iglesia, que como católicos nos encontramos en un cruce de caminos: o dejamos que la inercia nos arrastre hacia la irrelevancia y el activismo o aprovechamos la decadencia del actual paradigma social, en el cual cada vez más hermanos se encuentran con vidas vacías y en busca de sentido vital, para impulsar desde la proactividad una alternativa cultural y social cristiana a la actual decadencia cultural y social que sufrimos a las sociedades occidentales.
Esta alternativa tendría que partir de la semilla de esperanza, fe y caridad que Cristo alimenta en nosotros, teniendo como cimientos las raíces cristianas de nuestra civilización: el derecho a la vida, la familia como institución central, la ética del trabajo y el esfuerzo orientado al bien, la fraternidad comunitaria, a través del servicio público en la política, la economía, la sociedad civil y el cuidado de la creación.
En este sentido, resulta imprescindible el llamamiento que el Papa Francisco hace a ser discípulos-misioneros de Cristo, a ser auténticos referentes cristianos, haciendo del ejemplo personal en nuestra vida cotidiana, cultivando valores y virtudes en nuestra familia, profesión y amistades, y nuestra acción organizada como católicos en la vida pública, ya sea política, económica o cívica, a través de un relato y una agenda conjunta, las mejores herramientas encarnar e impulsar como discípulos-misioneros esta alternativa cultural y social cristiana.
En definitiva, acabo estas líneas haciéndome eco del Evangelio de Mateo (5,13-16), en el cual Jesús proclama a sus seguidores: Vosotros sois la sal de la tierra. (…) Vosotros sois la luz del mundo. Del mismo modo, procurad que vuestra luz brille delante de la gente, para que, viendo el bien que hacéis, alaben todos vuestro Padre que está en el cielo.