Los titulares son clamorosos: «50.000 asistentes avalan el Cruïlla» «Barcelona vuelve a ser el centro del mundo de la música en directo». Y mientras esto se publica sin mucha opinión crítica, Cataluña se transforma en el enfermo de Covid-19 de Europa y destaca dentro del que ya es el otro gran enfermo, que es el conjunto de España.
El mapa que se ha hecho público, que relaciona el número de casos por 100.000 habitante, es abrumador. Se ve a casi toda Europa pintada de verde y la península Ibérica en su mayor parte dotada de un color rojo intenso, sin Galicia y el País Vasco. En este momento somos la gran excepción europea sobre la Covid-19, con el agravante de que la enfermedad tiende a continuar creciendo.
Somos también la capital europea del botellón. Semana tras semana miles y miles de personas, en su mayoría jóvenes, se concentran para beber, hablar y bailar en las playas sin ninguna medida de seguridad en unos horarios que se extienden hasta la madrugada. La Guardia Urbana y los Mossos reconocen que no tienen capacidad para cerrar las playas o dispersar a la población. La realidad es evidente: estamos en manos de las masas que a su vez propagan la Covid, mientras que la Generalitat hace de invitado de piedra, toma medidas insignificantes y el consejero de Salud, Josep Maria Argimon, va en camino de convertirse en un comentarista más de la jugada, en un observador, como si la cosa no fuera demasiado con él.
En una entrevista en La Vanguardia de este domingo pasado dice cosas tan interesantes como esta. Cuando se le pregunta si se le ha escapado de las manos la situación, responde: » No, no. Lo que tenemos es un virus que tiene la función de infectar« . Genial, es una visión que inspira tranquilidad por la capacidad que tiene de darnos seguridad de cara al futuro. El virus hace su trabajo y a partir de ahí «ancha es Castilla». También augura que esto va para largo. Tres meses más como mínimo y anticipa que el otoño será crítico para que «tendremos el virus respiratorio sincitial -que su tía sabe que quiere decir-,la gripe, la vacunación de la gripe y su carga asistencial con todo el cansancio acumulado y todavía probablemente vacunando de Covid» . Un panorama fantástico.
Eso sí, pide responsabilidad a la población, pero nuestros cargos públicos están en el lugar que están no para pedir, sino para hacer lo que echamos de menos, que son medidas a la altura del problema, que cada vez es más seguro que conllevará la pérdida económica del verano y consecuencias dramáticas de carácter social pasado el septiembre.
Lo que no se hace aflorar, empezando por el mismo Argimon y con él el departamento de Salud, es que con los actuales presupuestos es muy difícil abordar a fondo este y otros problemas. Para ser concretos, con datos del Idescat y de acuerdo con el gasto sanitario público per cápita en dólares y paridad de compra, es decir considerando el nivel de vida de cada país, Cataluña está muy muy atrás con sólo 2.148,7 dólares. En Europa peor que nosotros sólo hay Portugal, Estonia, República Eslovaca, Lituania, Polonia, Hungría y Letonia. Es decir, países que tienen una renta per cápita muy inferior y que, por tanto, pueden dedicar menos recursos. Pero incluso así la diferencia con Portugal es muy pequeña, porque este país gasta 1.906 dólares. España queda mal situada, pero nos supera con 2.414,7 dólares. ¿Es que la sanidad en general está mal financiada? Sí, pero este hecho no explica la pésima situación catalana. Porque la bolsa de sanidad, la más grande de toda la Generalitat, sirve para financiar otras cuestiones que no tienen mecanismos claros para ello, por ejemplo TV3.
En la raíz de todo ello hay un sistema de financiación global, no sólo para Cataluña, mal diseñado, pero también está el hecho de que aquí se quieren hacer cosas que sin modificar este diseño no se pueden hacer, como tener la televisión que en términos de audiencia es la más cara de España.
Cuando hablamos del fracaso de la Covid y de la saturación del sistema sanitario, también hay que mirar más a fondo y no quedarnos en la superficie.