De forma inconsciente ha habido en el transcurso de los años una disminución en el caso concreto de España, y también de Cataluña, de la acreditación del político en cuanto a su experiencia profesional, hasta reducirlo simplemente a una persona con capacidad de expresarse verbalmente, es decir, ser un tertuliano, que es la versión posmoderna del antiguo charlatán de feria: aquella persona que es capaz de hablar de todo sin poner demasiada atención en el sentido real de los conceptos que utiliza. Si encima, su verbo se vuelve particularmente agresivo, mejor que mejor. Este hecho corre en paralelo a la importancia creciente de los gurús electorales de nuestros personajes políticos que no son personas de gran formación intelectual, sino gente procedente de la publicidad, el marketing y el periodismo espectáculo. En estas condiciones, no es de extrañar que las instituciones políticas no se salgan, e impere la pelea, porque es lo único que saben hacer nuestros políticos, lo que dominan, y que hace que las políticas públicas resulten mediocres o directamente malas.
Estas evidencias quedan claras observando las experiencias profesionales de las personas que nos gobiernan. Por ejemplo, la nueva ministra, y antes secretaria de estado con Pablo Iglesias, Ione Belarra. Su experiencia profesional oficial no registra ninguna concreción. Habla de numerosas «tareas de investigación» sin señalar cuáles, ni cuándo, y que ha participado en diferentes organizaciones como activista socia . O sea que nunca ha tenido un trabajo real y ha vivido de las rentas públicas. Y eso es todo. Con esta acreditación profesional, ¿se puede ser ministra?
Y si de ella pasamos a otro cargo ministerial, Irene Montero, su experiencia, de acuerdo con el portal de la transparencia de Podemos, sólo acredita que trabajó un año en una marca de electrodomésticos, la empresa Saturno.
Ramón Espinar, diputado en el Congreso, además de apuntar las vaguedades consecuentes de haber sido becario preelectoral en la universidad, sólo se puede señalar de él que antes de ser diputado ha trabajado como camarero y teleoperador. Y así podríamos seguir con otros nombres.
De hecho, una parte importante de las personas con responsabilidad han hecho toda su carrera profesional dentro de la maquinaria de los partidos políticos, y en la vida exterior, la real, o no acreditan casi nada, o lo hacen en faenas muy poco cualificadas. Es un mundo a caballo entre ser miembro del aparato del partido y un lumpen proletariado de trabajos irregulares y mal pagados, que desgraciadamente la universidad española fabrica.
Evidentemente, no todos nuestros políticos responden a estos perfiles, pero en algunas formaciones, especialmente Podemos, la organización de Ada Colau, la CUP o en parte del partido socialista, abunda este perfil de personas que nunca han participado en la dinámica y la exigencia de una responsabilidad laboral concreta.