Pablo Iglesias se despidió ayer de sus cargos gubernamentales y el balance de urgencia señala dos cosas. Ha sido o es un político brillante, porque con muy poco tiempo ha conseguido forjar un partido, ahora en decadencia, y ha llegado a vicepresidente segundo del gobierno de España. Pero ha sido sobre todo un político de pugna partidista, de los que no reparan en consideraciones para intentar ganar su cuota de poder, al tiempo un pésimo gobernante, como lo muestra su paso por la Vicepresidencia segunda y responsable del ámbito social, y un aspecto que a menudo se ha descuidado, la agenda 2030 con los objetivos para el desarrollo sostenible.
En su despedida, grabado en vídeo en la sede del ministerio, Iglesias se jacta de haber reconstruido el sistema de atención a la dependencia, como antes lo había hecho con su papel en el Ingreso Mínimo Vital. Es cierto que marcha tras conseguir una inyección de más de 238 millones de euros dentro del Plan para Ayudas a la Dependencia y que, de acuerdo con el ministro de Seguridad Social e Inmigración, Escrivá, han sacado adelante el mínimo vital, pero estos aspectos presentan sombras importantes.
Sobre la dependencia, porque el problema no es sólo inyectar unos millones de euros, que no resuelven estructuralmente la infrafinanciación que sufren las CCAA, sino que es la misma ley y las previsiones iniciales las que fallan. La incursión de Zapatero en este campo al aprobar la ley, presentada como un gran avance, ocultaba graves errores en el orden de la valoración del número de personas dependientes y de sus costes, que han lastrado desde el origen la ley. Tanto es así que la ley que estaba básicamente orientada a atender a las personas dependientes en centros, teniendo a la familia como complemento, se ha visto en la práctica radicalmente modificada en sentido inverso, porque era imposible financiar la asistencia externa necesaria que prestan las familias.
Pablo Iglesias habría hecho en estos 14 meses un importante trabajo si hubiera revisado el sistema actual dándole un enfoque más racional, sólido y bien financiado. Pero no ha hecho nada de esto y se ha limitado a lo que suele salirle mejor: aplicar un parche y una serie de millones.
Sobre el Ingreso Mínimo Vital hay que decir que al final la tesis que prosperó no fue la suya, y que la ejecución está siendo penosa por el escaso número de personas atendidas, la lentitud en la resolución de los expedientes y la falta de una buena articulación con ayudas similares que hay en las autonomías. Claro que esto no es responsabilidad de Iglesias porque no tenía ninguna en la ejecución, y sí lo es del ministro Escrivá.
La prueba de que su gestión ha sido un considerable agujero es que recién ha dimitido, el mismo partido socialista ha presentado dos mociones en el Congreso que ponen de relieve que los servicios sociales no funcionan. Una es la moción que reclama reforzar el Plan Concertado de Prestaciones Básicas de Servicios Sociales con personal suficiente, y activar la detección, el control y la atención a domicilio de personas mayores vulnerable. El otro insta al Ejecutivo a adoptar medidas para modernizar y reforzar el sistema público de servicios sociales. Estas dos mociones que coinciden con la salida de Iglesias señalan cosas importantes, que era urgente hacer, y que Iglesia no ha llevado a cabo porque su paso por el sistema público de servicios sociales habrá sido perfectamente intrascendente.
Sobre su hombro pesará la exorbitante cifra de muertos en residencias durante la primera fase de la pandemia, cuando existía el mando único y él era el responsable del conjunto. No hizo nada, no dijo nada, permaneció silencioso e impertérrito como si no fuera con él la tragedia de decenas y decenas de miles de personas mayores muertas en un ámbito sobre el que él tenía el mando máximo.
También es muy grave la nula actividad de la Agenda 2030, la que regula los objetivos para el desarrollo sostenible impulsado por las Naciones Unidas. Precisamente la Secretaria de Estado, Ione Belarra, que era la responsable más inmediata, ahora ocupará el lugar de Iglesias como ministro, pero también en este caso es difícil turbar en su gestión el más mínimo resultado.
La web del gobierno del Ministerio de Derechos Sociales y Agenda 2030, con respecto a este último capítulo habla por sí sola. En el epígrafe «Actualidad» de la web, donde se indica «acceder a las últimas noticias y entrevistas», la última información que puede leerse es del 16 de octubre del año pasado. Parece claro que la actividad no es el fuerte de esta otra área de trabajo. El programa de la agenda estaba relleno de iniciativas, demasiadas, seguramente, para llevar a cabo una buena gestión, pero entre esta multitud de posibles actuaciones y el prácticamente nada que se ha hecho, que es el balance de estos 14 meses, hay un universo de distancia.
Cuando se afirma que el área de Pablo Iglesias tenía poco contenido, se está expresando una idea muy equivocada. El ámbito de los servicios sociales, y más en la época crítica que fue el año pasado, y el mal estado conceptual y organizativo en que se encuentran, daba pie a una magnifica actuación renovadora y regeneradora de esta pata imprescindible del estado del bienestar que Iglesias ha menospreciado.
Asimismo, la Agenda 2030 no le otorgaba capacidad ejecutiva, pero sí era una poderosa palanca de impulso positivo al gobierno a base de generar proyectos tractores y negociar con las partes interesadas. Era una oportunidad magnífica para el diseño de grandes políticas públicas transversales que desde su función de vicepresidente podía llevar a cabo, tanto con los ministerios afectados, por un lado, como con las autonomías que tienen transferidos los servicios sociales, por otra. Pero estas políticas públicas no han visto nunca la luz, e Iglesias parece que se ha dedicado a otras actividades y a una agenda, al menos la oficial, que permanecía muy vacía la mayoría de días. Iglesias es un ejemplo de la vocación de poder no para hacer, sino para ser. Mal asunto para los ciudadanos.