Lo apunté antes de las elecciones y se ha cumplido: su escasa utilidad práctica, más allá de su práctica democrática. En su momento el comentario provocó algún enojo entre los entregados defensorES de Illa como solución, que no querían ver que era imposible que fuera tal cosa, y que como mucho iría por la misma vía del voto a la triunfal Arrimadas.
La razón se obvia. No basta querer ser una alternativa al independentismo. Se requiere mucho más para llegar a construir tal cosa. Son necesarias dos condiciones más: expresar la centralidad de la sociedad catalana, y el PSC, aliado de Colau y Iglesias, con leyes que liquidan la escuela concertada, que promueven la eutanasia sin atender ninguna opinión científica ni ética y que se niegan a generalizar los cuidados paliativos, y que no hace una ley de sanidad para luchar mejor contra la pandemia sin liquidar los derechos de los ciudadanos, no ocupa esta centralidad.
La otra condición está estrechamente vinculada a la anterior. Quiere decir una catalanidad que sabe interpretar las necesidades de nuestra sociedad, que son específicas de un tiempo de crisis y transición, y que por tanto deben tener una gran capacidad técnica y científica, con una enorme vocación ética, para acabar con la partitocracia que nos destruye, la demagogia y la corrupción de todas clases, la falta de rendimiento de cuentas, el descontrol e ineficiencia de la administración, la falta de acogida de las necesidades de personas, familias, trabajadores y empresas.
Necesitamos una opción política que ocupe la centralidad si asume el hecho catalán con plenitud histórica, la aplicación hasta el agotamiento de las competencias del estatuto, en parte, inéditas, que recupere las perdidas por la vía señalada por el propio TC, que alcance un nuevo sistema de financiación justo y transparente, participe decididamente en la gobernación española, vuelva a tener capacidad para incidir en la UE, que palíe decididamente los estragos de la crisis y centre toda su capacidad en construir el proyecto económico de la Cataluña de la primera mitad del siglo XXI, con ambición y pragmatismo. Que sea capaz de situar el bien común como finalidad, y no como recurso semántico, sino como lo concreto: la construcción de las condiciones objetivas que hacen que cada familia, persona, empresa, escuela, entidad del país, alcance su mejor desarrollo en beneficio del conjunto.
No es sencillo, pero es que gobernar hoy no lo puede ser. Es la única manera de construir una Cataluña cohesionada, justa, próspera y fuerte, en materia y espíritu.