Durante los últimos meses, con Europa sumergida por la pandemia de la Covid-19, los metales estratégicos han sufrido un inexorable aumento de precios en los mercados mundiales.
Se trata de materias primas indispensables para avanzar en una de las prioridades estratégicas que se ha fijado Occidente: la lucha contra el cambio climático y la consecuente transición energética.
Tómese por ejemplo el litio, actualmente irremplazable en la tecnología de las baterías que hacen funcionar desde teléfonos móviles hasta coches eléctricos, ha doblado su precio desde el pasado noviembre.
Esta tendencia al alza se explica a corto plazo por la recuperación económica post-Covid de China y, más en general, de Asia.
Pero a largo plazo, los analistas del sector coinciden en apuntar que los precios de minerales como el litio, el cobalto, el cobre, el níquel o incluso el aluminio seguirán hinchándose.
Lo mismo ocurrirá con otros minerales clave, como las llamadas «tierras raras», una familia de 17 metales con particulares propiedades magnéticas indispensables para fabricar motores eléctricos.
Según Bloomberg, la demanda industrial de aluminio y de níquel se multiplicará por 14 entre 2021 y 2030. Y si no aparecen nuevas minas, dentro de 9 años faltará ya el 20% del cobre necesario a nivel mundial, el 15% del cobalto y el 10% del níquel.
A mayor incremento de demanda, y con una oferta incapaz por ahora de equilibrarla, la competencia para acceder a los metales estratégicos es más ruda que nunca.
Washington, dispuesta a relocalizar la producción
El asunto preocupa a las grandes potencias.
La Casa Blanca ha pedido recientemente un análisis profundo de la cadena de subministro nacional en metales estratégicos. Los Estados Unidos consideran que su dependencia en importaciones genera una grave vulnerabilidad estratégica.
De hecho, se han aprobado ya proyectos para abrir nuevas minas en territorio norteamericano, algo que no pasaba desde hace décadas.
Se puede decir que los Estados Unidos están de suerte ya que cuentan con importantes reservas de litio, totalmente subexplotadas (produce solamente el 1% del litio mundial).
El país también era hasta los años 80 el principal productor mundial de tierras raras. Aunque actualmente, su situación es más peliaguda: China genera ahora el 70% de la producción mundial, y el 80% de las tierras raras usadas en Estados Unidos provienen del gigante asiático.
Fue Donald Trump quién estimuló el interés norteamericano en aumentar la producción nacional de tierras raras para lograr independizarse de las importaciones de China.
Una política que Joe Biden no tiene intención de cambiar a pesar de sus preocupaciones medioambientales. Otra vez, los Estados Unidos están de suerte: podrían albergar las reservas mundiales más importantes de estos minerales, después de China.
Mientras tanto, Europa sigue sin estrategia
Los países europeos también importan la inmensa mayoría de sus metales estratégicos del extranjero. Pero su dependencia de China es mucho más grave que la de los Estados Unidos, y alcanza el 98% en las tierras raras.
Hay que decir que estos minerales no siempre faltan bajo suelo europeo, pero aquí su explotación directa se expone a más límites y controversias que en ninguna otra parte del mundo.
Como afirma un consultor de Ernst&Young citado por Le Figaro, “no creo en absoluto en la posibilidad de abrir minas en Europa Occidental”. Este experto añade que “hay demasiados obstáculos sociales y políticos” que retardan enormemente la aprobación de proyectos.
La Unión Europea y sus países miembro se enfrentan así a un particular dilema: o desarrollan minas en suelo propio o deberán seguir externalizando el abastecimiento en lugares dónde las regulaciones sean menos exigentes.
Es evidente que la opción de externalizar puede mejorarse, por ejemplo, escogiendo países amigos para el desarrollo de minas y pidiendo que se cumplan ciertos estándares medioambientales y laborales.
Pero seguirán habiendo dos problemas de fondo: primero, el abastecimiento sólo se puede garantizar al 100% relocalizando la producción en Europa; y segundo, la hipocresía moral subyacente nunca se podrá negar del todo, ya que las eventuales consecuencias las sufrirán siempre comunidades locales allende los mares.
Así pues, la gran paradoja de los materiales estratégicos es que, aunque su extracción y sobretodo refinamiento suelen ser costosos para el medio ambiente, resultan imprescindibles para desarrollar las tecnologías que nos hacen menos dependientes del petróleo, del gas y del carbón.