La histórica visita del Papa Francisco a Irak ha sido una oportunidad para celebrar la diversidad religiosa de este país y lanzar un mensaje de tolerancia. Así lo afirma el Cardenal Louis Sako de Irak, el jefe de una de las comunidades cristianas más antiguas del mundo.
Ahora, sin embargo, el cristianismo iraquí se encuentra más que nunca amenazado de desaparición. A pesar de que el éxodo de las comunidades cristianas hacia Occidente comenzó hacia los años 50, en 2003 había todavía un millón y medio de cristianos instalados en Irak. Una cifra que suponía alrededor del 5% de la población total del país en ese momento. Una minoría considerable.
Actualmente quedan menos de 200.000, el equivalente a menos del 1% del total de iraquíes.
La mitad de esta mermada cifra corresponde, además, a refugiados internos desplazados a la región autónoma del Kurdistán iraquí bajo la protección de los peshmergas kurdos. Pero incluso estos viven a menudo con la esperanza de poder salir definitivamente de su país natal para instalarse en Alemania, en Estados Unidos o en Canadá.
La invasión norteamericana de 2003 y la consecuente caída del régimen de Saddam Hussein, más o menos tolerante con las minorías cristianas del país, fue el catalizador de una tendencia de fondo más antigua y que hoy se manifiesta con más crudeza que nunca. Quizás el Papa Francisco sea el último pontífice que visite un Irak donde aún resuenan campanas de iglesias.
De hecho, a pesar de la complicadísima situación que el país atraviesa debido a la inseguridad y la pandemia del Covid-19, el Papa Francisco no quiso retrasar más su visita. Juan Pablo II ya tuvo que anular un viaje por cuestiones de seguridad en el año 2000. «No se puede decepcionar a un pueblo dos veces», afirmó Francisco.
Desde entonces la situación de Irak ha empeorado mucho. A estas alturas parece totalmente imposible que un cristiano ocupe el cargo de ministro de Asuntos Exteriores del país, como era el caso, entonces, con el católico caldeo Tarik Aziz.
Otro triste ejemplo es la imposibilidad de celebrar una misa para 100.000 fieles como estaba prevista hace 20 años.
Hoy, las extremas medidas de seguridad que se han desplegado en torno al Papa demuestran que un evento como ese es del todo impensable: vehículo terrestre cerrado blindado, 10.000 soldados desplegados y mayor parte de los desplazamientos en helicóptero.
El viaje de Francisco, que ha durado tres días, le ha llevado desde la cuna de Abraham, padre de las tres grandes religiones monoteístas, hasta la llanura de Nínive. Es en esta región del norte donde vivían la mayor parte de cristianos iraquíes, y donde el Papa ha podido encontrarse con representantes de varios grupos religiosos y étnicos de Irak.
Otro de los momentos fuertes del primer viaje de un pontífice a Irak fue sin duda la visita de las ruinas de Mosul, la segunda ciudad del país ocupada durante años por Estado Islámico.
Pero lo que quizás ha sido el encuentro más simbólica del viaje fue con el gran ayatolá Ali al-Sistani en la ciudad santa chií de Nayaf. Al-Sistani, de 90 años, no recibe visitas y es conocido por su posición a favor de separar religión y estado.
Al ver a Sistani, el Papa parece enviar un mensaje al régimen chií del vecino Irán, oficialmente una teocracia musulmana, a favor de la apertura y de la tolerancia religiosa. Desgraciadamente, para el cristianismo iraquí, quizás ya sea demasiado tarde.