La popularidad de Mario Draghi, el nuevo primer ministro italiano y antiguo Presidente del Banco Central Europeo (BCE), es inmensa, tanto en el interior de su país como a través de las capitales del Viejo Continente. Tanto es así que incluso Matteo Salvini, el intratable líder de la Liga, apoya su gobierno.
Pero quizás una de las personalidades que más se han alegrado del nuevo cargo de Mario Draghi es el presidente francés, Emmanuel Macron. Con Draghi, Macron gana un aliado cercano e influyente, con una visión muy similar a la suya en materia de integración europea.
En efecto, durante los últimos años el dúo franco-alemán, el tradicional motor de la Unión Europea, no ha funcionado demasiado bien. Los intereses de París y Berlín se han ido alejando progresivamente a medida que el peso económico y financiero de Alemania en Europa aumentaba, y que económicamente Francia anquilosa por sus rígidas regulaciones y la obesidad financiera del estado.
En este sentido, la irrupción de un nuevo socio latino para Macron es extremadamente valiosa.
En efecto, Francia e Italia tienen cada vez más similitudes estructurales. No solo son respectivamente la segunda y la tercera economías del euro, sino que las posiciones de París y Roma en materia de solidaridad europea y estímulos económicos coinciden por necesidad. En efecto, aunque cueste aceptar a los franceses, su país se está «italianizando» económicamente hablando.
La llegada de Draghi es aún más pertinente si se tiene en cuenta que el liderazgo de la canciller alemana Angela Merkel llega a su fin dentro de unos meses.
Francia no osó apartarse de la posición de Alemania durante la crisis europea de la deuda hace unos años por miedo a provocar un desenlace en su propia deuda pública. Pero en las circunstancias actuales, todo apunta a que París cambiará de posición.
Si bien las relaciones entre Francia e Italia tocaron fondo durante el primer gobierno de Giuseppe Conte, con el apoyo de una alianza de populistas de izquierdas y de derechas, estas mejoraron sensiblemente a partir de su segundo gobierno.
En marzo pasado, Francia e Italia firmaron junto con siete países más una carta para pedir un «instrumento de deuda común proveniente de una institución europea». Su objetivo debía ser ayudar a los Estados miembros más afectados por la pandemia del Covid-19, situados en particular en la zona mediterránea.
Como recoge el Financial Times, esta carta fue la semilla del fondo de recuperación europeo aprobado el pasado verano.
Una obra importante en el proceso de construcción de la Unión Europea, en la que Macron en particular demostró un elevado grado de liderazgo y se desmarcó de la tradicional posición francesa de alinearse con Berlín para evitar riesgos financieros.
Italia será el primer receptor en volumen de fondos de recuperación europeos. Draghi se lo debe en parte a Macron. Gracias a su propia experiencia en el BCE, es más consciente que nadie de la importancia de gestionar bien ese dinero.
El nuevo primer ministro italiano no dejará pasar la oportunidad para demostrar la misma tesis defendida por Macron: vale la pena sacrificar una parte de la soberanía nacional a favor de la UE si a cambio Europa ofrece ventajas sustanciales para garantizar la estabilidad económica y financiera del país, como a través de compensaciones solidarias.
Draghi podrá devolver el favor a Macron gracias al prestigio que el italiano posee incluso entre los socios europeos del norte, más inclinados a la estabilidad presupuestaria y menos empáticos ante la idea de relajar el control de la política fiscal europea.
Draghi será un preciado aliado de París para convencer a los países llamados «frugales» del centro y norte de Europa para que toleren déficits públicos si estos contribuyen al crecimiento. También podrá defender la necesidad de establecer mecanismos comunes para frenar los choques macroeconómicos, sobre todo, en favor de los Estados miembros más endeudados y débiles del sur.