Las declaraciones de la máxima directiva del Banco de Santander, Ana Botín, no dejan lugar a dudas: adhesión incondicional a la línea Sánchez de reclamar unidad en torno a su persona. Sin tanto énfasis, otros responsables del núcleo de mayor peso en la economía española, las empresas cotizadas en el Ibex, mantienen una posición similar. Hay una pregunta que empieza a correr por Europa más allá de los simplismos políticos: ¿a qué se debe esta adhesión del gran capitalismo de la globalización, a escala española naturalmente, a un gobierno que en teoría es el más izquierdista de Europa y en el que tiene como vicepresidente al fundador de un partido que formalmente se declara antisistema? La respuesta se puede resumir en tres puntos:
Primero, porque el Ibex es siempre, y por definición, públicamente progubernamental. Tiene que pasar algo grave para que se manifiesten críticamente contra el gobierno de turno, y aún, cuando lo hacen, es en términos muy circunscritos a una cuestión concreta. Esto es así porque son suficientemente importantes para mantener la sonrisa en público, sabiendo que siempre tienen la puerta abierta para negociar las cuestiones en la discreción de los despachos gubernamentales. El grito y la protesta son para aquellos que no tienen otras posibilidades para intentar hacer oír su voz. Quien descolgando el teléfono puede hablar con el presidente, y no digamos ya con el ministro de economía, no tiene necesidad de hacer aspavientos ni demostrar diferencias de interpretación. Naturalmente, esta actitud sería diferente en la medida en que estos líderes económicos sintieran alguna responsabilidad que fuera más allá del negocio que generan sus empresas, que en sí mismas ya son un valor importante. Pero no es el caso, en este sentido podríamos hablar de liderazgos unidimensionales y que poco tienen que ver con la cultura política de la burguesía histórica que ha pasado a mejor vida, sustituida puramente por altos ejecutivos y propietarios que tienen como única referencia el estado de cuentas.
Segundo, porque Unidas Podemos, la nueva «izquierda», es inofensiva para la gran empresa. No ha tomado ni tomará ninguna incitativa que le ocasione dificultades importantes. Toda su batalla es decisiva sólo en la guerra cultural y moral. Por ejemplo, comeremos transexuales hasta la sopa, e identidades de género y una cierta dosis de anticristianismo y liberalismo sexual, y muchas otras cuestiones de esta naturaleza. Cuestionar la existencia de la escuela concertada, la autoridad de los padres cuando les convenga (cuando les interese, como ahora con la pandemia, les harán responsables únicos). Todo esto altera las instituciones que vertebran la sociedad civil desde su núcleo, afecta a la concepción de la relación de pareja, del matrimonio, de la descendencia, de la paternidad y la maternidad, de la familia. Pero todas estas cuestiones son ajenas a los intereses de los grandes liderazgos económicos. Algunos pueden considerar que esta visión es un error porque ignora que la economía es una antropología y que todo acaba, más tarde o más temprano, reflejándose en ella. Pero con una visión a corto, e incluso medio plazo, la cuenta de resultados no se ve muy afectada por todas estas cuestiones que son la bandera actual de Podemos.
El tercer punto es muy importante. Se trata de que las grandes ayudas de la Unión Europea tienen como sujeto principal las empresas. Y lo que quiere el Ibex, para simplificar la expresión, es asumir el papel decisivo para diseñar la recuperación económica y naturalmente canalizar la mayor parte de estos 70.000 millones que vendrán. Y esta por sí sola es una razón sobrada para mantener unas relaciones extremadamente cariñosas con Sánchez y, si es necesario, con Pablo Iglesias.