Desde la salida de los Estados Unidos del acuerdo nuclear con Irán, querida por el presidente Donald Trump, el régimen de este país de Oriente Medio ha llevado a cabo una política exterior cada vez más agresiva, hasta el punto de llevar a cabo acciones desesperadas, la última de las cuales fue abatir un avión comercial por error.
Esta actitud se explica en buena parte por el inmenso peso que tienen las sanciones estadounidenses en la economía de Irán. Las penurias materiales y falta de perspectivas generan un fuerte descontento civil, que el régimen parece querer evitar desviando la atención pública hacia enemigos exteriores y una sangrienta guerra de influencia regional.
Pero los efectos de las sanciones económicas de los Estados Unidos se dejan sentir igualmente, aunque de forma mucho menos fuerte, entre sus socios e incluso aliados. Quizás el ejemplo más claro de esto sea el conjunto de sanciones impuestas contra Rusia.
Recientemente Trump firmó un decreto presidencial llamando a congelar los activos de las empresas impulsoras del gasoducto Nord Stream 2. Se trata de un proyecto que permitió la exportación de gas de Rusia a Alemania evitando los países de Europa del Este que mantienen una fuerte animadversión hacia Moscú, como Polonia, Ucrania o las repúblicas bálticas.
Los efectos del texto fueron inmediatos, y una de las empresas implicadas en el gasoducto, la suiza Allseas, detuvo los trabajos a finales de diciembre.
Tras las sanciones a Nord Stream 2 se esconde sin duda la promoción de las exportaciones de petróleo y gas estadounidenses, aunque sean más caras que las de su rival ruso. En efecto, desde septiembre pasado, los Estados Unidos se han convertido en un exportador neto de petróleo.
La mayor parte de los grandes grupos industriales europeos, que tienen importantes intereses en Estados Unidos, habrían tomado la misma decisión que Allseas para protegerse.
Este fue el caso, por ejemplo, del banco francés BNP Paribas, que fue condenado bajo el mandato de Barack Obama a pagar una multa de 9.000 millones de dólares por sus negocios en Sudán e Irán.
Se calcula que, en total, las empresas europeas han pagado unos 40.000 millones de dólares durante la última década en materia de multas impuestas por los Estados Unidos por incumplimiento de su política de sanciones.
Las sanciones de Washington actúan, pues, como una verdadera limitación a los intereses económicos de los otros países, ya sean aliados o rivales. Afectan también de rebote a sus decisiones de política exterior, por lo que se pueden considerar en cierto modo una injerencia en los asuntos y la soberanía de los otros estados.
Esto, sin embargo, no debería sorprender demasiado a cualquier lector interesado en política exterior, ya que es bien sabido que, en materia de relaciones internacionales, incluso más que en política interna, lo que realmente cuenta son los equilibrios de poder entre los actores.