Declaro de entrada que mis sentimientos ante las fiestas de Navidad tal vez no son muy convencionales.
Acepto la laicidad creciente de la fiesta, su hipertrofiado contenido comercial, la aceptada convención de pacífico repaso del año que se escurre. Pero me fastidia la banalización de los signos, pesebres y canciones, Lift y reuniones, verbalización tópica de deseos importantes y seguramente sinceros. Todo mezclado, todo al mismo tiempo, todo on line.
Hace tiempo que la Navidad ha dejado de ser una fiesta religiosa, colectivamente hablando al menos.
Siempre quedará en la historia que el nombre y el sentido de la Navidad está ligado a una experiencia religiosa profunda de nuestros antepasados, continuada en la actualidad con más o menos éxito para muchos de sus sucesores.
Será responsabilidad de todos los que nos creemos receptores de esta fe y creencias conservar la justificación originaria de la celebración. Pero es indiscutible que a la Navidad de nuestros días le hemos dado entre todos un carácter básicamente cultural.
Lo que hemos hecho con la Navidad también lo hemos hecho con el Adviento.
Pedagógicamente diseñado para la Iglesia como período de preparación espiritual para una celebración central en la fe cristiana, se enfatiza con toda la parafernalia de las lucecitas en las calles y se trivializa con la moda creciente del llamado Calendario de Adviento, la cuenta atrás adobado con pequeños regalos de los días que faltan para el gran día, o para los grandes regalos. Hemos ido convirtiendo el Adviento en un elemento más de cultura occidental.
Personalmente soy más de los Advientos que de las Navidades. Espiritualmente también. Está claro que no tiene ningún sentido convertir en más importante una cosa u otra. De hecho, si no hay objetivo, el camino para llegar a él se convierte errático y sin demasiado sentido.
La Navidad asociado a valores de extrema importancia como la sencillez, la calma, la familia, la ternura, el amor, punto de encuentro, el reposo. El Adviento, sin embargo, se corresponde más con camino, preparación, espera, expectativa, esfuerzo. Tengo que reconocer que me encuentro menos representado, que me motivan menos las fiestas que su preparación.
Creo que la vida humana, nuestro tránsito por este mundo, responde bastante bien al paradigma del tiempo de adviento.
En sí misma la vida es un pasar constante. En términos sociológicos y políticos, la construcción de la vida en sociedad aún ha tenido y tiene una variabilidad mayor. Y el esfuerzo loable para mejorar la calidad convivencial de todos nosotros es un camino que no se acaba nunca. La vida es más intentar que alcanzar, esperar que tener, es más existencia que esencia, más Heráclito que Parménides, en términos de arquetipos filosóficos.
Y así estamos, terminando de pasar una Navidad, pero continuando con el adviento político.
Estamos en el cancel de un nuevo gobierno que nuestros representantes están negociando, vemos como los profesionales titulares de instituciones importantes del Estado están tratando de encajar la necesaria adaptación de sus criterios a los criterios de otros profesionales con competencias superiores, observamos el reconocimiento generalizado de que no lo hemos hecho bastante bien y que los errores no están sólo en un lado, constatamos que las ganas y las formas de convivir pueden articularse de formas diferentes.
Me congratulo de descubrir campo abierto para poder generar nuevas expectativas.