La Alianza Atlántica cumple este año 70 años. Pero de estos, los últimos 30 se han caracterizado por una búsqueda constante de sentido en un mundo que le había retirado su sola razón de ser: la Unión Soviética.
Las tres décadas postsoviéticas han pasado factura a la OTAN, los problemas de la cual parecen haber llegado a su punto de maduración estos últimos 3 años.
El primero en plantear crudamente dudas sobre la Alianza fue Donald Trump, quien en 2016 dejó la puerta abierta a la posibilidad de no socorrer militarmente a los países bálticos en caso de una agresión rusa.
El segundo crítico fue Turquía, al acercarse a Rusia durante la guerra civil siria y anunciar pocos meses más tarde la compra en Moscú de sistemas de defensa aérea de largo alcance S-400. Algo incompatible con la política de interoperabilidad de las fuerzas armadas de la Alianza.
El último en sumarse a la lista ha sido el presidente francés Emmanuel Macron. El mandatario galo ha declarado, tan solo días antes de la cumbre conmemorativa de los 70 años de la OTAN en Londres, que la Alianza se encuentra actualmente en estado de «muerte cerebral». Macron criticó particularmente a Trump y la inestabilidad que está causando según él su presidencia para el futuro de la Alianza.
Este último episodio ha tenido de todos modos el efecto curioso de reunir a los miembros de la OTAN contra Macron. Empezando por Trump, quien ha afirmado que el comentario de su homólogo francés es «muy insultante para las fuerzas armadas de muchos países». El presidente turco Erdogan respondió a Macron que es él quien tiene un problema de muerte cerebral.
Después de una larga década de desgaste de la Alianza al seguir casi a regañadientes a Washington en su «guerra contra el terror», el conflicto ucraniano de 2014 pareció dar aire a la OTAN. En efecto, muchos políticos y comentaristas atlantistas vieron en la escalada de tensiones con Rusia una renovada oportunidad para reactivar la Alianza y recuperar su función original de dique de contención de Moscú.
No obstante, cinco años después ha quedado claro que Occidente no se encuentra inmerso en una nueva guerra fría contra Rusia. En este sentido, la incómoda declaración del presidente francés al afirmar que «Rusia no es un enemigo de la OTAN» no parece ir tan errada como algunos podrían pensar.
La provocación de Macron tendría que hacer reflexionar a los líderes presentes en la cumbre de la OTAN de Londres sobre la necesidad de adaptar seriamente la Alianza al mundo actual. Un trabajo pesado puesto que las prioridades de defensa de sus socios son cada vez más diferentes.
Para los nuevos miembros incorporados a partir de los años 90, como Polonia y las repúblicas bálticas, Rusia sigue siendo la amenaza número 1. Para los países de la Europa Occidental y del sur, como Francia o España, la principal amenaza a la seguridad es la inestabilidad en África.
A diferencia de la ayuda que reciben los países del este para hacer frente a Rusia, París no ve cómo la OTAN está contribuyendo en su esfuerzo bélico al sur del Sáhara. Un teatro de operaciones primordial para la seguridad europea y donde recientemente 13 soldados franceses han perdido la vida.