El déficit comercial del conjunto de países de la Unión Europea, esto es la diferencia entre las importaciones y las exportaciones cuando las primeras sobrepasan las segundos, aumentó el pasado año hasta los 431.000 millones de euros, una cifra récord. En España, el déficit se incrementó hasta los 68.112 millones.
Incluso Alemania, la locomotora exportadora de Europa, parece detenerse : el país vio cómo sus importaciones el año pasado crecen el doble que las exportaciones, conduciendo el superávit comercial a su nivel más bajo en dos décadas.
En el caso de Francia, sumida en un proceso de profunda desindustrialización desde hace más de 30 años, en 2022 su déficit comercial se multiplicó por dos respecto a 2021, alcanzando los 164.000 millones de euros.
Si bien algunos políticos quieren centrarse exclusivamente en el incremento de los precios de la energía a raíz de la guerra de Ucrania para explicar tan malos resultados, la realidad es que el déficit no energético también ha aumentado en muchos países.
Es por ejemplo el caso de España, donde según datos de la Secretaría de Estado de Comercio, el déficit comercial no energético para 2022 fue de 15.495 millones de euros , por tan sólo 852,2 millones en el año precedente.
Estados Unidos, un exportador neto de energía desde 2019, ha registrado su peor déficit comercial desde 1960
Otro ejemplo que demuestra que el daño que afecta a las economías occidentales no se explica solo por la crisis energética europea es que Estados Unidos , un exportador neto de energía desde 2019, ha registrado su peor déficit comercial desde -atención – en 1960.
Según recoge el New York Times , este déficit se explica por los grandes volúmenes de maquinaria industrial, medicinas, componentes automovilísticos y otros suministros industriales .
¿Qué lecciones pueden extraerse de esta crisis comercial?
La más importante es que Europa en particular, pero Occidente entero como el caso estadounidense demuestra, ha abusado de la deslocalización de la producción de materias primas y bienes industriales a precios muy competitivos.
Mientras el crecimiento disparado del sector de los servicios en Europa y Estados Unidos permitía a Occidente seguir aumentando su PIB, su sector industrial se desplomaba prácticamente en todas partes.
La crisis sanitaria del coronavirus en 2020 debería haber sido la prueba definitiva del fracaso del modelo occidental exportador de servicios e importador de bienes tangibles
La crisis sanitaria del coronavirus en 2020 debería haber sido la prueba definitiva del fracaso del modelo occidental exportador de servicios e importador de bienes tangibles . Se recuerda la crisis de las mascarillas, de los respiradores y de otros bienes tan fáciles de producir en teoría y que Europa no fue capaz de proveer en el momento de mayor necesidad.
Pero los choques geopolíticos que han seguido desde entonces (tensiones sobre Taiwán, guerra de Ucrania) han puesto de manifiesto cómo los países asiáticos , que Occidente quería relegar a la producción de los componentes con menor valor añadido, han aprovechado su industrialización facilitada por el mismo mundo occidental, para ubicarse en la punta de lanza de numerosas tecnologías industriales.
Somos totalmente dependientes de China para la producción de baterías eléctricas, y de Taiwán por los semi-conductores.
Así pues, hoy Occidente en su conjunto depende de las importaciones asiáticas para alimentar no sólo su consumo, sino también su escasa producción industrial .
Nuestra incapacidad productiva se manifiesta ahora en su componente más crítica, la defensa: Europa está vaciando sus arsenales para enviarlos a Ucrania sin disponer de la capacidad para reconstituir sus stocks .
Estados Unidos ha entendido perfectamente el problema que supone la dependencia industrial, y se están poniendo al día a pasos de gigante como demuestra el carácter de sus importaciones el pasado año. Pero no parece ser el caso de Europa.
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