A poco más de cuarenta días de la fecha de las elecciones generales, el impacto de más de 50 mil personas en la plaza de Cibeles, con una multitud de banderas independentistas desplegadas, es evidente que va a tener una clara incidencia en el voto de una parte de la población. No va a aumentar el granero independentista, ni ese era el fin, sino que de lo que se trata es de mantener al máximo la movilización de dos millones de votos, repartidos, eso sí, entre diversas formaciones. Básicamente PDECAT, ERC, en pequeña parte los Comunes de Ada Colau, así como, una componente de las CUP que ha decidido presentarse en alianza como “Front Republicà” con el partido de los Piratas, y el pequeño grupo del que fue responsable de Podemos en Catalunya, Dante Fachin hasta su defenestración por Iglesias.
Pero en esta ocasión, y a diferencia de todas las anteriores movilizaciones, las principales reivindicaciones no fueron solo las independentistas relacionadas con la libertad de los presos políticos y el derecho de autodeterminación, sino que fueron fruto del peaje pagado a los grupúsculos que desde fuera de Cataluña y en especial desde la capital, la apoyaron. Y ello cambió el tono al añadir nuevas músicas. Básicamente contra la monarquía y la Constitución, además de una fuerte anotación anticapitalista y guerra civilista con abundantes alusiones al “no pasaran” y a “nuestros abuelos” que hicieron la guerra civil. En otras palabras, el eje viró hacia la extrema izquierda. La presencia de representantes con voz vibrante de la “nación andaluza” y de los sindicatos del “Estado español” que nadie conoce, los argumentos a favor del régimen chavista venezolano contra la prensa española manipuladora, definirían no una apertura para superar la barrera del 50% de los votos en Cataluña, sino la ruptura con el estado sin matices. La mayoría de los asistentes eran votantes clásicos de CDC y ERC, burguesía y menestralía, pero el discurso global de la manifestación era de destrucción del régimen actual y su Estado de derecho, negado hasta la saciedad por quienes hablaron. Si esa es la estrategia de Puigdemont, acertó de pleno. Si no es la de Junqueras, y los postconvergentes, estos fracasaron clamorosamente.
Los grupúsculos a la izquierda de Podemos, que no acudieron, aprovecharon la ocasión para celebrar que “80 años después” (de la Guerra Civil) iban a ganar. Señalaron el retroceso democrático, “especialmente de este último año y medio”, apuntando de esta manera no solo sobre Rajoy, sino sobre todo contra Sánchez.
No faltó tampoco el gesto de solidaridad con las víctimas de Nueva Zelanda, todo un gesto humano, si no fuera que solo se acuerdan de la solidaridad cuando quienes asesinan son de extrema derecha, pero nunca cuando es Estado Islámico, Al Qaeda o un grupo izquierdista. Esto también compone un sottolineamento del nuevo perfil que va emergiendo.
El contenido político de la manifestación alimenta los argumentos del tripartito de la derecha, que tienden más a presentarlo como una provocación y una ofensa, que como un ataque político a la Constitución y en general al sistema democrático vigente. No es tampoco un buen síntoma que les pueda más la fibra anti o muy española, que la defensa institucional. Cuando el PP proclama, excitando los ánimos, que “nunca” permitirá actos secesionistas parece olvidar que la Constitución, sí lo permite, porque lo único prohibido es actuar contra su legalidad.
La excitación que la creciente radicalidad del independentismo, ahora incluso aliada con la izquierda extraparlamentaria española, alimenta la argumentación principal del PP, Cs, Vox, y daña al gobierno de Sánchez, que ve como avivando los sentimientos del votante español, como por el otro lado hace el independentismo, sus propuestas pueden quedar arrumbadas en part de su electorado. Aquel que, siendo PSOE, es a la vez partidario de atajar de una vez para siempre el independentismo.
En esta dinámica también es parte damnificada el PNV. Quizás no tanto en las elecciones generales, pero claramente sí en las europeas, porque la presencia de Puigdemont como cabeza de lista y su voluntad de choque con el estado, le sitúan en una difícil elección: continuar el pacto histórico con los ahora postconvergentes, que tan buenos resultados les dieron en el pasado, y quedar presos de frentismo del residente de Waterloo, o abandonar la alianza y tener mucho más difícil la representación en el Parlamento Europeo.