Sant Pancràs, doneu-nos salut i feina
Por mi origen pertenezco a unos sectores sociales catalanes que han jugado un papel muy principal en la historia moderna de Cataluña y en el catalanismo político. Procedo por un lado de la payesía -de una payesía “arreglada” como se dicen en lenguaje llano- y por otro de la pequeña burguesía, concretamente de la burguesía de pueblo. De una payesía que no siempre fue “arreglada”, y de una burguesía de pueblo que en el caso de mi familia sufrió avatares e incluso pobreza, pero ambas consiguieron finalmente estabilidad, un cierto desahogo y unas posibilidades de proyección para las futuras generaciones.
Procedo, para decirlo en términos que confío que muchos entenderán fácilmente, de familias que en sus casas tenían un “Sant Pancràs”. Familias medianamente religiosas, pero que tenían una imagen de “Sant Pancràs” colgada en la pared. “Sant Pancràs, doneu-nos salut i feina”
Yo no vi nunca que mis abuelos pidieran a St. Pancràs dinero, riqueza, comodida. Nunca le pidieron, suerte. Solamente “salut i feina”.
Resumiendo: procedo de aquellos sectores sociales que por su mentalidad, sus actitudes básicas ante la vida y su escala de valores han construido la Cataluña moderna. La gente de la cual procedo no era especialmente contestataria. Hay en mi familia exiliados, presos, y voluntarios del Ejército republicano, pero no tenía la protesta como norte. La gente de la cual procedo no esperaba protección ni suplicaba, ni por supuesto pedía duros a cuatro pesetas. Ni cuando fue pobre y tuvo que abandonar su pueblo natal y bajar en a escala social no fue gente quejumbrosa, sino de “eina i feina”.
¿A qué viene esto en la pluma de un político?
Intenta ser una aclaración a algo que algunas personas de buena fe no acaban de comprender en mi postura política. Como el autor de una carta aparecida recientemente en La Vanguardia -titulada “Pujol y la derecha” y firmaba V.C.- o como un notable periodista que en carta dirigida a un correligionario mío dice textualmente “Que no se avergüence Pujol de su origen, que no se avergüence de haber sido banquero, de ser burgués. Porque no hay nada mal en ello, porque sería una desgracia que no hubiera en Cataluña burguesía y porque él, que pertenece a ella, tiene la posibilidad y casi el deber de defenderla”.
No, yo no me avergüenzo de lo que he hecho. En absoluto. Ni tampoco me avergüenzo de mi origen. Y creo que políticamente soy fiel a él. Pero mi origen es éste: el de la pequeña, incluso muy pequeña burguesía de pueblo, ahorradora y sentimental. Que aspira a promocionar, a subir, a que los hijos sean más que los abuelos y los nietos más que los hijos, pero a través del trabajo e incluso de la aceptación del riesgo y de sus consecuencias. El de una gente con algo de paganismo mediterráneo, pero también con algo de informulado e inconsciente calvinismo: solo el esfuerzo conduce al éxito, y solo el éxito conseguido con esfuerzo de justifica.
Mi origen no es la alta burguesía. Mi origen tampoco es propiamente la clase obrera aunque mi abuelo accidentalmente, y mi tío, fueron tejedores, y mi otro abuelo, en su juventud, carretero. Mi origen no es el estamento de los terratenientes. No puedo por lo tanto referirme a ellos. Cuando se me reclame fidelidad a mi origen bueno es que esto se sepa.
Porque yo luego fui banquero, el más importante -perdonen la petulancia- de los banqueros catalanes, y en algún momento el más innovador; fui hombre de empresa -creé o ayudé a crear más de 20.000 puestos de trabajo; y he sido y soy político; y se me atribuyeron mecenazgos importantes, algunos supuestos y otros reales; pero todo esto lo fui sin perder el arraigo de mi gente y el nexo con mi origen: el de un payés arreglado que antes fue carretero, y el de un industrial modesto que se arruinó, pero que supo rehacerse.
Este mundo mío -el de la payesía y el de la pequeña burguesía de pueblo- es compatible con la ambición, con la magnanimidad, con la comezón de hacer cosas grandes. Y las hace, a veces. Yo intenté demostrarlo, en más de un terreno. Pero sobre todo me complacería poderlo demostrar en algo que es lo que realmente amo, con pasión. En el terreno de mi país, de la construcción de Cataluña.
Y también en esto creo que soy fiel a mi origen. Porque mi mundo, ese mundo medio menestral, medio labrador, medio fabricante, medio tejedor que me vio nacer y que me dio forma, ese mundo a veces pequeño, a veces de horizonte corto, eses mundo fiel, ese mundo de “l’eina i la feina”, es un mundo arraigado que ama apasionadamente su tierra.
Creo que soy fiel a mi origen. Al mío, no al que me atribuyen. Y desde mi origen he intentado -a veces con éxito, otras sin él- servir a mi tierra. Servir a mi tierra y a quienes en ella viven y trabajan. En su cultura. En su economía. En la creación de los elementos imprescindibles de convivencia.
Y en su política. También en su política.
En lo político me he fijado como objetivo -y conmigo muchos más- dar cuerpo al catalanismo político. Porque sin él, sin un gran y fuerte catalanismo político, acabaremos en la total provinciación, es decir, en la aceptación de un techo bajo en todas nuestras actividades, desde la economía hasta la cultura. Y en la despersonalización. En ser menos como colectividad y conscientemente, andando el tiempo, en ser menos también como personas.
El catalanismo político -que tiene que ser popular, que no puede ser solo elitista- es el que no supedita el bien del país a la lucha de clases. Ni a los intereses económicos de tal o cual sector. Ni a una ideología. Ni a la pretensión de convertir Cataluña en una plataforma de poder a utilizar en Madrid con finalidades no catalanas. El catalanismo político, por consiguiente, no podría ser asumido íntegramente por ninguno de los tres grandes partidos estatales presentes en Cataluña.
El señor V.C. debiera haber leído un viejo artículo mío titulado “Els tres catalanismes”. No es culpa suya no haberlo hecho, porque se publicó clandestinamente. Si lo hubiese leído, comprendería mejor mi postura. “Hay quien cree -decía en sustancia- que Cataluña se salvará si salva su cultura; hay quien cree por el contrario que lo fundamental es su economía; y finalmente hay quien afirma que solo una estructura social justa salvará a Cataluña. El error de estos tres catalanismos es que tienden a ser excluyentes entre sí. Porque Cataluña no es una cultura, o una economía, o una convivencia basada en la justicia; es todo esto. Y si no consigue serlo todo a la vez no será viable como pueblo”.
Desde mi origen social y desde mi biografía personal esto se ve así. Se ve Cataluña como un todo. Por consiguiente, que no tema el señor V.C. Nadie defenderá la economía de Cataluña como nosotros la defendemos. Nadie no igualará en ardor ni en vigilancia. Puede que haya sectores políticos y sociales a los que la quiebra económica catalana serviría a los efectos de sus objetivos políticos, o ideológicos. A nosotros, no. Y puede que haya sectores a los que sea fácil trasladar su centro de actividad económica, cambiar de país. A nosotros, no. Nosotros no podemos cambiar de país. Nosotros venimos obligados más que nadie a defender Cataluña en todo, también en su economía.
Que no tema el señor V.C.
Es cierto, señor V.C., que hay un cierto desánimo en el país. Quienes más lo lamentamos somos los que, como nosotros, tenemos por meta la construcción de Cataluña. Porque sobre el desencanto se puede politiquear, y hacer según qué negocios, y vivir de la subvención de los poderes públicos. Pero no se puede construir un país.
Contra este desánimo yo no veo más arma que la de nuestras virtudes de siempre. Por supuesto que hay que elaborar y aplicar buenos programas políticos, económicos y sociales. Por supuesto que los partidos y los sindicatos y las patronales deben definir y aplicar bien sus estrategias. Pero es preciso además que el país recurra de nuevo a sus virtudes de siempre. Por eso he empezado hablándole no de Sant Pancràs, sino de lo que la presencia de esta imagen en tantos comedores, despachos, talleres y tiendas significaba. Y de paso he podido explicarle cuál es mi origen, cuáles son mis raíces y por lo tanto, cuál será mi política. Más allá de los hechos circunstanciales, de las maniobras políticas no siempre claras, de las actitudes públicas no siempre sinceras, lo que cuenta es la verdad del hombre. Y a ella hay que dar o no dar confianza.
Permítame, señor V.C., para terminar, que le exprese mi esperanza en el futuro de nuestro país. A condición, claro está, de que la mentalidad del esfuerzo y de la responsabilidad se imponga a la de la facilidad y del abandono.
La Vanguardia, 12 de desembre de 1979